La Cuaresma es como un gran viaje que tiene un recorrido que hacer y que nos lleva a una meta: la Pascua.
La verdad es que al hombre actual el mundo se le ha quedado pequeño. No existe lugar en el mundo al que no pueda llegar, es más, puede estar por la mañana en un continente y por la tarde o noche en las antípodas del anterior.
Cualquier viaje, y sobre todo si es importante, para que resulte bien lo planificamos hasta en sus más mínimos detalles: pensamos el destino al que queremos llegar y, cada vez que nos lo imaginamos, crece nuestro deseo y nuestra ilusión por hacerlo realidad. Hacemos recuento de los medios que podemos utilizar para su realización, discernimos y elegimos cuál de los distintos medios nos interesa más para lograr de manera más fácil y completa nuestro objetivo. Una vez que tenemos ese discernimiento hecho, preparamos todas las cosas necesarias para el mismo y emprendemos el camino hacia el destino.
La Cuaresma es también como ese gran viaje, ese recorrido largo y ese camino importante a recorrer hacia la Pascua del Señor. Para llegar al encuentro del Señor en la Pascua, hemos de preparar también todo nuestro recorrido hasta en sus últimos detalles.
Hemos de avivar las ganas en nosotros como creyentes y hacer que la ilusión y el deseo de llegar a la Pascua, al encuentro con el Señor resucitado, sea cada vez mayor. Si tenemos vivo y ardiente en nosotros el deseo de llegar a la Pascua, para vivirla en toda su plenitud, seremos capaces de discernir los medios que debemos poner en práctica durante el recorrido cuaresmal para conseguir llegar a la meta hacia la cual caminamos.
La Cuaresma es tiempo especial de gracia, tiempo de escucha del Señor para descubrir personalmente sus llamadas concretas y sus caminos verdaderos. Tiempo de oración y sacrificio como medios que nos ayudarán a vivir en toda su plenitud el recorrido cuaresmal y a seguir los caminos del Señor para cada uno como creyente. Tiempo de tomar la cruz y llevarla con alegría, sabiendo que la cruz lleva a la resurrección. Es tiempo de perdón: de acudir al perdón de Dios que se le ofrece al hombre gratuitamente en el sacramento de la reconciliación, de pedir perdón de los hermanos a los que hemos ofendido y de ofertar nuestro perdón a los hermanos que nos puedan haber ofendido. Es tiempo de conversión, de vuelta a la casa del Padre, de rectificar caminos equivocados por los que tal vez hemos transitado.
Todos ellos son medios que tenemos que activar y poner en circulación en nuestra vida como creyentes, para lograr hacer felizmente nuestro viaje hacia la Pascua. Cada uno verá lo que más necesita, dónde tiene que poner más esfuerzo personal y en qué necesita más del Señor en este tiempo de gracia y conversión.
Benedicto XVI, en su mensaje de Cuaresma para el año 2009, recalcaba el valor y el sentido del ayuno para los cristianos, destacando que, desde las Sagradas Escrituras y toda la tradición cristiana, el ayuno es contemplado como una gran ayuda para evitar el pecado. El «no debes comer» del Génesis es la ley del ayuno y de la abstinencia. Recalcaba el Papa la visión del Nuevo Testamento en el que, el verdadero ayuno, Jesús lo cifra en cumplir la voluntad del Padre celestial (Cf. Mt 4,4).
La Cuaresma es tiempo especial de gracia, tiempo de escucha del Señor para descubrir personalmente sus llamadas concretas
Refiriéndose al sentido del ayuno en nuestros días, subrayaba que hoy ha perdido un poco el valor espiritual para convertirse en una terapia para el cuidado del propio cuerpo, lo cual es bueno, pero para los creyentes es, en primer lugar, «una terapia» para curar todo lo que les impide conformarse a la voluntad de Dios. Hay que colocar el ayuno en el contexto de la llamada a «no vivir para sí mismo, sino para Dios y para los hermanos».
El ayuno, añadía el Papa, contribuye a «dar unidad a la persona, cuerpo y alma». Privarse de algo que nutre el cuerpo facilita la disposición interior a escuchar y nutrirse de la Palabra de Dios, palabra de salvación, a tomar conciencia de la situación en que viven nuestros hermanos necesitados y compartir con ellos lo nuestro. Como fin último del ayuno: «Ayudarnos a hacer don total de uno mismo a Dios».
El Miércoles de Ceniza fue el comienzo de este gran viaje que queremos hacer hacia la Pascua. Fue el signo de nuestra actitud personal durante todo el recorrido cuaresmal de conversión a Dios y a los hermanos.
Reavivemos en nosotros el deseo, la ilusión y las ganas de llegar a este encuentro con Cristo resucitado avanzando cada día de la Cuaresma, un poco más hacia la meta, la Pascua del Señor, que es nuestro feliz destino.
¡Feliz viaje a todos!
+ Gerardo
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