Santo Tomás de Villanueva

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    El jueves de esta semana celebrábamos en la diócesis la festividad de su patrono, santo Tomás de Villanueva. Como cada año, nos bridó la oportunidad de acercarnos a la vida, al mensaje y al testimonio que él nos dejó y que hoy son llamada para nosotros.

    Santo Tomás de Villanueva es hoy para nosotros un modelo de valoración de Dios en su vida. Él fue desde muy pequeño una persona que dio una gran importancia a Dios en su vida.

    Toda su vida fue un verdadero canto al amor a Dios desde la vivencia personal de su fe como cristiano y en el afán que tuvo siempre como obispo para dar a conocer el mensaje de Jesús, para que los fieles de su diócesis lo conocieran, conociéndolo, lo amaran y se convirtieran a lo que Dios les pedía.

    Desde muy joven recibió una educación familiar, en la que Dios y su gracia jugaban un papel prioritario. Fue principalmente su madre la que le enseño a valorar la voluntad de Dios y de ella aprendió a tener presente en su vida lo que Dios le pedía para cumplirlo y ser testigo de ello.

    Celebrar la fiesta supone acercarse a su vida, conocer su mensaje y contemplar las virtudes que santo Tomás de Villanueva vivió en grado heroico y por lo cual ha merecido que la Iglesia lo reconozca oficialmente como santo.

    Entre las muchas virtudes que vivió y en las que destacó hay una que englobaría a todas las demás en la que brilló de una manera especial: fue su fe en Dios, una fe que le hizo, desde muy joven, ser un verdadero hijo de Dios, que vivió su vida desde Dios y para Dios.

    Miremos muchas veces al patrono de nuestra diócesis para ser todos auténticos agentes de evangelización

    Fue un verdadero creyente desde  muy pequeño, porque sus padres lo educaron desde sus primeros años de vida en el amor de Dios a los pobres y necesitados. Un amor que él debía tener también para imitar a Cristo, que fue un amigo especial de pobres y necesitados de su momento. Él aprendió del modelo del maestro a quererlos y a entregarse plenamente a su servicio.

    La mirada constante a la vida de Cristo, su maestro, y la educación recibida de sus padres, hicieron que él fuera un auténtico amante de los pobres y necesitados de su momento. A imitación de Jesucristo, pobre y amigo de los pobres, él tuvo también  una gran predilección por los pobres, a los que convirtió en unos privilegiados de su amor, de tal manera que dio todo cuanto tenía para auxiliarlos y rehabilitarlos.

    Fue el amor a los pobres, sustentado en el modelo de Cristo, lo que lo llevó a tener por ellos una verdadera predilección, cumpliendo así el mandamiento nuevo de Cristo, que Tomás trató de vivir con toda su exigencia.

    En los pobres descubrió y miró santo Tomás siempre al Cristo desfigurado, roto, al Cristo que en la persona de los pobres le tendía una mano para que lo socorriera.

    A esto estamos llamados todos los que creemos en Cristo hoy, a no mirar para otro lado cuando descubrimos unas determinadas necesidades de los demás y unos pobres que las sufren. La pobreza y la necesidad de los más necesitados de la tierra, deben mover nuestro corazón para querer desprendernos de tanto como nos sobra a nosotros y socorrer a quien solicita nuestra ayuda. Porque en la necesidad y petición de quien nos solicita nuestra ayuda nos encontraremos con la mano de Dios que se identifica con ellos, como nos dice en el evangelio: «En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40).

    En los pobres descubrió y miró santo Tomás al Cristo desfigurado, roto

    En Cristo descubrió santo Tomás al gran evangelizador, al Buen Pastor que entrega su vida por sus ovejas.
    También él entrega su vida por llevar el mensaje de Cristo a tantas personas que estaban especialmente necesitadas de conocerlo y encontrarse con Él.

    Miremos muchas veces al patrono de nuestra diócesis para ser todos auténticos agentes de evangelización, para que el mundo crea y viva el mensaje de Cristo que tanto necesita nuestro mundo actual. Hagámoslo, no solo con nuestra palabra, sino también con nuestro testimonio de vida, de tal manera que los demás, cuando vean cómo actuamos, traten de buscar a Jesús y lo encuentren reflejado y vivido en nuestra vida, como lo hizo santo Tomás de Villanueva.

    + Gerardo

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