Celebramos hoy la fiesta de la Inmaculada Concepción de María.
Ella es la Inmaculada, es decir, sin mancha ni pecado, ni siquiera el pecado original con el que nacemos todos los humanos.
Ella, en previsión de los méritos de su hijo, fue preservada de todo pecado. No podía ser que aquella que iba a ser la madre del Hijo de Dios estuviera marcada por el pecado. Por eso Dios la preservó desde el momento de su concepción de todo pecado y la hizo «purísima» para que pudiera ser la digna madre del hijo de Dios.
Así lo define dogmáticamente el papa Pío IX en la bula Inefabilis Deus: «Es doctrina revelada por Dios y por lo tanto ha de creerse firme y constantemente por todos los fieles, que la Virgen María por gracia y privilegio de Dios todopoderoso, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de culpa original en el primer instante de su concepción» (DS 2803).
Dios, desde el momento mismo en que fuera concebida, la llenó de santidad y de gracia, por eso, el ángel, cuando se presenta ante ella para anunciarle que iba a ser la madre de Dios, la saluda como la «llena de gracia».
Ella permaneció fiel a la santidad y gracia que Dios había depositado en ella, convirtiéndose así en modelo de creyente y maestra de fe para todos nosotros.
Ser creyente consiste, fundamentalmente, en aceptar los planes que Dios tiene sobre cada uno de nosotros y sobre la humanidad y ponerse incondicionalmente a su servicio, haciendo de nuestra existencia una total obediencia a la voluntad de Dios.
María fue esa auténtica y verdadera creyente porque ella estuvo siempre atenta al plan que Dios tenía sobre ella y sobre la humanidad, para conocer y realizar en su vida los planes de Dios y la entrega de toda su persona a su servicio. Para ello dejo a un lado sus propios planes y estuvo siempre dispuesta a vivir plenamente los de Dios, aunque esta fidelidad a los planes de Dios le acarreasen el sufrimiento y momentos duros y difíciles en su vida.
En María encontramos el más claro testimonio y el más auténtico modelo de alguien que vive los planes de Dios con una alegría desbordante, porque sabía que no estaba sola, sino que en todo momento sabía que Dios la acompañaba.
En María encontramos el modelo de alguien que vive los planes de Dios
Esta conciencia de la presencia de Dios en su vida es lo que la hace irrumpir en el canto de alabanza, en el magníficat, la alabanza a Dios por las maravillas que Dios hace en ella, porque siendo ella pequeña y pobre, sin embargo, el Señor ha hecho obras grandes en ella y ella se siente contenta y alegre por ello.
En ella encontramos también un verdadero modelo de alguien que vive su vida de fe con verdadera fortaleza. Así lo demuestra en los momentos dolorosos y difíciles de su vida, en los que el ser fiel a los planes de Dios le exigía. Ella será la mujer fuerte y llena de fortaleza ante el acontecimiento del juicio, condena y muerte en la cruz de su hijo Jesucristo, como dice el evangelio: «Junto a la cruz de Jesús estaba su madre» (Jn 19, 25).
Ella es modelo de creyente y maestra de fe para nosotros y para los hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares.
Dios tiene también su plan sobre cada uno de nosotros y sobre lo que cada uno debe de aportar a su propia salvación y a la salvación de los demás desde toda la eternidad.
Para responder auténticamente al plan de Dios sobre cada uno de nosotros hemos de fijarnos en cómo lo hace ella y descubriremos que se nos pide que estemos muy atentos a lo que Dios quiere de nosotros y respondamos con la misma fidelidad con la que ella respondió.
Creer es vivir en nuestra vida el estilo de vida que el Señor nos propone
Ella nos enseña a anteponer la voluntad de Dios y sus planes a los planes que cada uno de nosotros podemos tener para nosotros y a lo que el mundo nos ofrece y nos presiona a que vivamos.
Creer es vivir en nuestra vida el estilo de vida que el Señor nos propone y nos pide y, además, vivirlo de tal manera que podamos ser testigos de ello delante de los demás, para que, viendo nuestra manera de actuar, se sientan sorprendidos y nuestra vida sea llamada e interpelación para cuantos nos ven vivir y actuar.
Esto es lo que ella hizo y hoy es nuestro modelo y nuestra maestra.
Tenemos que mirar a María Inmaculada siempre y luchar para permanecer en la gracia de Dios, sin pecado en nuestra vida y viviendo positivamente lo que nos pide el plan que Dios tiene para cada uno de nosotros.
+ Gerardo
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