Cuando pensamos en nuestras familias actuales, acuden a nuestra mente un cúmulo de problemas y dificultades por las que está atravesando la familia, en general, y la familia cristiana, en particular. Esto, tantas veces hace tambalear nuestra esperanza.
Toda la problemática de la familia actual es algo que pesa en ella y en sus componentes. Pesa no recibir una sonrisa de los demás; pesa no ser acogido por todos los miembros de la familia; pesan los silencios que en ella existen por no tener nada que comunicarse entre los miembros; pesan las incomprensiones entre los esposos porque cada uno busca, egoístamente, su propio bien y no el del otro; pesa la falta de entendimiento generacional, entre los padres y los hijos, porque falta comprensión y dialogo entre ellos. Todos estos pesos producen una situación de cansancio en los miembros de la familia.
Sin embargo, a pesar de este cansancio, la familia cristiana no debe nunca desanimarse ni perder la esperanza entre los esposos cristianos, ni entre los padres y los hijos. Las dificultades deben llevarlos a intensificar la lucha por ser una familia con una verdadera identidad cristiana y a poner todos los medios para remarcar con más fuerza y salvar por encima de las dificultades de la vida su identidad de familia cristiana, dejando que Dios entre en ella y actúe, que tenga el puesto importante que le debe corresponder en el seno de cada familia cristiana. Solo cuando es así, se van a sentir en medio de las dificultades y cargas de la vida las palabras de Cristo, que dice: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré» (Mt 11, 29).
Solamente desde la confianza y la esperanza en la fidelidad de Dios, que nunca falla, se pueden afrontar las dificultades de la familia con responsabilidad y sin miedo, tomados de la mano cuantos componen la misma y poniendo sus manos en la grandes manos de Dios, para sentir la ayuda de su gracia, para que puedan seguir con fortaleza, valentía y esperanza para adelante, fundamentando, cada uno de los miembros, su vida en la familia, desde el amor de unos a otros y desde la gracia de Dios, que siempre les acompaña por encima de todas las dificultades y problemas que aparezcan.
Es esta gracia la que el Señor les da a los esposos por medio del sacramento del matrimonio, para saberse comprender, perdonar y salvar por encima de todo y, como lo más importante, el amor que deben tenerse el uno al otro, sabiéndose ambos pobres, débiles y necesitados de la ayuda y de la gracia que Dios les da.
La presencia del Señor en el matrimonio y la familia permite a los esposos encontrar sentido a sus cansancios y la fortaleza necesaria para superarlos, desde la esperanza que les da el saber que no están solos con su pobreza, sino que Dios les acompaña siempre y es fiel al su promesa de estar con ellos en todos momentos, para que renueven cada día su amor con el perdón otorgado mutuamente, la escucha del otro y el diálogo comprensivo entre ellos, al mismo tiempo con el cultivo de la oración, tanto personal, conyugal y familiar.
El amor del matrimonio y de la familia encuentra en Dios y en la oración la fuerza necesaria para lograr cumplir con la sublime misión que tienen encomendada, para ser comunidad de vida y amor.
La familia cristiana no debe desanimarse ni perder la esperanza
El amor del matrimonio y de la familia hace presente el amor gratuito de Dios, que se nos entrega sin mérito alguno propio, ayuda a conocer y a poner al Señor en el centro de la vida del matrimonio y de la familia, ayudando a todos sus miembros a la construcción de su vida como seguidores y discípulos de Cristo.
Esta fue la experiencia de la Sagrada Familia de Nazaret. En ella, Dios y el amor a Él y a su plan de salvación, ocupó siempre el centro de su vida. En ella el plan de Dios fue lo primero y más importante, lo más importante a cultivar y vivir, cultivando y viviendo el amor en la familia.
Esta es la meta a la que debe aspirar toda familia cristiana, a ser de verdad «Iglesia doméstica», «santuario de la presencia de Dios» en el que Él está presente, deja sentir su amor en cada uno de sus miembros, ocupa un puesto central en la vida de cada uno de ellos, y ellos se convierten así,en verdaderos discípulos y seguidores del Señor y su mensaje.
Hagamos de la fe y de la vivencia de sus exigencias y valores en la familia, la enseña de cada una de nuestras familias cristianas porque solo así vamos a ser capaces de hacer de la familia cristiana el lugar donde Cristo nace y se hace presente para darnos su gracia y poder, por medio de la fe. Para vivir la realidad familiar con los mismos criterios con los que vivió la Sagrada Familia de Nazaret, superando todas las dificultades que la familia actual debe superar para cumplir fielmente con la gran tarea que le ha sido encomendada por el Señor, la de hacer de ella un lugar de encuentro y comunidad de vida y amor.
+ Gerardo
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