El tiempo de Adviento que comenzamos hoy nos recuerda a todos que Cristo es quien colma nuestras esperanzas y cura nuestras heridas.
El hombre actual vive rodeado y acosado por un sinfín de problemas que lo inquietan, y hieren, que no lo dejan vivir con paz y con alegría su vida: familias enteras que sufren la lacra del paro, personas que han caído en las garras de la droga y no ven salida, enfermos que en la flor de la edad sufren una enfermedad irreversible, matrimonios rotos a los que se les ha quedado truncado su ideal; hijos heridos por la separación de sus padres, la cual no aciertan a entender, ni logran asumir. Tantas y tantas personas heridas por la vida y cuyas causas se harían interminable si quisiéramos ponerlas todas en una lista completa.
Todos están necesitando de alguien y de algo que haga nacer en ellos la esperanza y el sentido de la vida y la recuperación de su ilusión vital y personal.
El papa Francisco, a la hora de titular el Jubileo del 2025 como «Jubileo de la esperanza», nos hace a todos una llamada a recuperar la esperanza porque nuestro mundo, nuestra vida, nuestra identidad de creyentes y nuestra Iglesia actual, necesitan de esperanza y hemos de ser conscientes de que todos necesitamos ser peregrinos de esperanza.
Nuestra auténtica esperanza debe ser la llegada a nosotros del auténtico salvador, de Cristo que viene y quiere entrar, nacer e inundar nuestro corazón con su amor para curar todas nuestras heridas, para abrir nuestros ojos que necesitan su luz y curar todas nuestras cegueras, para romper las cadenas que nos esclavizan, y para que nos sintamos realmente libres y liberados por medio de su mensaje y de su vida
Tantas veces apoyamos nuestra esperanza y buscamos el sentido de la vida y la esperanza de nuestra vida en cosas materiales que no pueden aportárnoslas. Buscamos tiendas donde nos gustaría comprarla, pero no la encontramos porque no la venden y entonces nos quedamos insatisfechos y vacíos.
Cristo es nuestra verdadera salvación y la única esperanza que nunca defrauda, el único que puede darnos lo que de verdad necesitamos. Pero no nos damos cuenta de ello y seguimos buscando la esperanza y el sentido de nuestra vida en lo material. Nos encontramos llenos de muchas cosas, pero vacíos de esperanza y faltos de sentido de la vida.
Hemos prescindido de Cristo y dejado al margen su mensaje. Hemos buscado la felicidad equivocadamente siguiendo las llamadas que nos ofrecía el paraíso del sexo, del poder, del dinero, del egoísmo y de la utilización de las personas para nuestro placer y nuestro medrar, como el mejor de los paraísos y, en vez de paraíso, hemos encontrado un verdadero infierno del que nos resulta muy difícil salir, un infierno que nos está destrozando por dentro y por fuera y nos va convirtiendo en personas sin esperanza, sin valores ni sentido de la vida.
Tantas personas que hoy han abandonado la fe porque se convencieron a sí mismos, porque así se lo oyeron a otros, que si se cree no se puede ser feliz, y se han precipitado por un mundo sin Dios, se sienten unos auténticos fracasados porque sin Dios no es posible encontrar sentido a tantas cosas como nos suceden en la vida y a tantos momentos duros que nos proporciona la misma.
Cristo y su mensaje es nuestra única y verdadera esperanza. Él se manifiesta cercano a nuestros sufrimientos a través de la ayuda que nos ofrecen los demás. Él nos hace ver su luz en medio de la oscuridad de nuestra vida, porque por encima de todos nuestros defectos, por encima de las situaciones desesperanzadas de nuestra vida, Él se nos muestra como un Dios de amor que nos quiere siempre, que, aunque todas las puertas y ventanas de nuestra vida parezca que se nos cierran y nuestra existencia se convierta en un callejón sin salida, siempre aparece su mano samaritana y misericordiosa que nos brinda su amor y su ayuda.
Cristo quiere entrar en nuestra vida, quiere nacer en cada uno de nosotros, viene como bálsamo para curar nuestros corazones malheridos y llenos de sufrimientos; pero no lo quiere hacer a la fuerza, sino que llama a las puertas de cada corazón día tras día, para que le abramos, para que lo dejemos entrar y, desde dentro, poder transformarnos y dar sentido a tantas situaciones dolorosas y tristes como se pueden dar en nuestra vida.
Dejemos que Cristo entre en nuestra vida, abramos nuestro corazón y dejemos que Él nos transforme, nos ilumine, vende nuestras heridas y nos ayude a descubrir y a vivir nuestra vida de una forma distinta.
Hoy comenzamos el tiempo litúrgico del Adviento. En él nuestra auténtica esperanza debe ser la llegada a nosotros del auténtico salvador, de Cristo que viene y quiere entrar, nacer e inundar nuestro corazón con su amor para curar todas nuestras heridas, para abrir nuestros ojos que necesitan su luz y curar todas nuestras cegueras, para romper las cadenas que nos esclavizan, y para que nos sintamos realmente libres y liberados por medio de su mensaje y de su vida.
Preparemos la venida del Señor a nosotros y dejemos que su corazón lleno de amor inflame el nuestro, para amarlo a Él y desechar de nosotros todo lo haya de pecado y esclavitud. Feliz y santo Adviento para todos.
+ Gerardo
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