El pasado martes, día 1 de octubre, celebrábamos el Día internacional de las personas mayores. Por medio de esta efeméride se nos hacía una llamada a tomar conciencia de la importancia de las personas mayores en nuestra sociedad.
Una de las tareas que tenemos cuando nos convertimos en personas mayores es convencernos de que esa realidad, es decir, el ser persona mayor, no es una desgracia, sino una gracia, un don y un regalo del Señor y que, por lo mismo, todas y cada una de las personas mayores, debemos expresarle nuestra gratitud y darle gracias a Dios por ello.
Una de las tentaciones que se suele tener cuando se llega a ser persona mayor, por el hecho de necesitar, y mucho, del cuidado y el servicio de los demás, que no se puede organizar la vida por sí solo y sin dependencia de nadie; es la tentación de compadecerse de uno mismo y pensar, e incluso convencerse, de que ya no se es nadie en comparación con lo que uno ha sido, que ya no sirve para nada, que su misión ha terminado.
La Iglesia sigue contando con nosotros, nuestras familias nos necesitan
Esta es una tentación que hay que desechar como un mal pensamiento. La mirada hacia atrás, hacia lo que hemos vivido y lo que hemos sido en nuestra vida, no debe ser para mirar la vida con nostalgia y con tristeza y pérdida de ilusión, porque nuestra experiencia de la vida es tan rica y tan valiosa que debe llevarnos a mirar al futuro con alegría y esperanza.
El mensaje del Señor se dirige con unos tintes especiales a cada uno, en cada etapa de la vida y, cuando uno se hace persona mayor, se dirige a nosotros con una llamada especial para que seamos capaces de descubrir y vivir esta etapa de nuestra vida como una etapa en la que se puede aportar mucho a las demás personas, a la familia y a todos a los que conocemos, ofreciéndoles nuestra gran experiencia de la vida y, como cristianos, siendo verdaderos testigos de la fe que siempre hemos vivido, y de la valoración de Dios que siempre hemos tenido en nuestra vida.
La vivencia de la fe es la llamada que el Señor nos ha ido haciendo repetidamente a través de toda nuestra existencia, tanto en nuestra vivencia personal como en nuestra vivencia familiar. En ambas hemos tratado de darles una importancia personal y hemos tratado de vivirlas lo mejor que hemos sabido, tratando de que nuestra familia fuera una familia realmente cristiana.
El Señor nos sigue llamando a que sigamos tomando en serio nuestra fe
Hoy, como personas mayores que somos, y en las circunstancias en las que estamos viviendo esta etapa: con más tiempo libre, con una madurez humana mayor, etc., el Señor nos sigue llamando a que sigamos tomando en serio nuestra fe, la cultivemos y demos la importancia que debe tener en nosotros nuestra relación con el Señor y nuestra vida cristiana.
Como personas mayores, el Señor nos sigue llamando a que seamos verdaderos testigos de una fe madura, viviendo nuestra vida iluminada siempre por la luz de la fe y la compañía del Señor.
El Señor nos llama, no solo a que vivamos para nosotros solos la fe, sino para que seamos auténticos comunicadores de la fe. La fe tiene que ser como la gripe, tiene que ser contagiosa, que todos aquellos que tengan contacto con nosotros se sientan llamados a vivirla de la misma manera que ven que nosotros la vivimos y valoramos.
Como decía el papa Benedicto XVI en el Año de la fe: «La fe es un regalo, un don de Dios, que nos lo da no solo para que nos beneficiemos nosotros solos de él, sino para que lo comuniquemos a los demás».
Es el valor del testimonio cristiano que, si siempre ha tenido un gran valor, hoy lo tiene especialmente.
Nuestra rica experiencia cristiana no puede ser algo que guardemos para nosotros solos y no comuniquemos a los demás. El mundo entero, la sociedad actual, nuestras propias familias, necesitan que sigamos siendo testigos de nuestra fe en esos ambientes.
La Iglesia sigue contando con nosotros, nuestras familias nos necesitan igualmente para que sigamos siendo testigos de nuestra fe, de nuestra experiencia creyente, para que, desde ella, ayudemos a entender a todos que Dios ha sido y sigue siendo alguien muy importante para nosotros, y debe serlo también para ellos, para encontrar auténtico sentido a nuestra vida y a todo lo que ella lleva consigo.
Sigamos viviendo las palabras de Jesús a todos: «Alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,16).
+ Gerardo
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