Todos los años, el primer día de noviembre, recordamos a todos los santos y santas canonizados. Pero no sólo a ellos, también a aquellos otros hermanos y hermanas, familiares nuestros, de nuestro entorno o de lejos, que son «santos» porque han sido salvados por Cristo y ellos han respondido a su salvación.
Son todas esas personas buenas, seguidores de Jesús y su mensaje, que en su vida tuvieron como la mayor norma de su vida y de su conducta la vivencia del evangelio. Se convirtieron en auténticos testigos del mismo Cristo y verdaderos evangelizadores de todos cuantos contemplaban su estilo de vida y su forma de vivir. La Iglesia reconoce su santidad al celebrar el primer día del mes de noviembre la fiesta en honor de todos los santos, no solo de los canonizados oficialmente, sino de todas esas otras buenas personas y buenos discípulos de Jesús que ya gozan de su eterna compañía en el cielo.
El 2 de noviembre celebramos la memoria de todos los fieles difuntos. «La fe, —explicaba san Agustín—tiene ojos más grandes, más potentes y más perspicaces que el cuerpo. A los que murieron se les llama durmientes porque en su día serán resucitados. Y, si buscáis la verdad, veréis que nuestros padres viven porque el alma no muere».
El mes de noviembre es el mes en el que recordamos con un cariño especial a nuestros seres más queridos fallecidos y que tanta importancia tuvieron para nosotros en nuestra vida, que nos quisieron tanto y a los que quisimos y seguimos queriendo nosotros.
Pensemos en nuestros padres, hijos, hermanos y amigos cercanos, que nos quisieron con toda su alma mientras vivían con nosotros y que terminaron ya su andadura por este mundo y han pasado ya por la muerte para encontrarse con el Señor, una andadura cargada de muestras de amor hacia nosotros. Seres todos muy queridos que hoy ya no están a nuestro lado por haber sido llamados por el Señor.
De todos nuestros seres queridos difuntos, unos seguro que ya gozan del descanso y la salvación eterna. Por ellos alabamos a Dios, el Santo de los Santos y les recordamos celebrando la festividad de Todos los Santos. A ellos nos encomendamos para que intercedan por nosotros. Otros están esperando su purificación plena para pasar definitivamente a gozar para siempre de la presencia de Dios en el cielo.
A ellos se les acabó con la muerte el tiempo de merecer, pero nosotros sí podemos merecer por ellos e interceder por su pronta purificación ofreciendo súplicas y oraciones en sufragio de sus almas.
Ellos, que lo entregaron todo por amor a los hijos, al esposo, a la esposa, a sus padres, a sus hermanos y a sus amigos. Tanto amor por su parte pide nuestra correspondencia como padres o hijos o hermanos o amigos porque, como dice el refrán castellano «de bien nacidos es el ser agradecidos», o aquel otro dicho: «Amor con amor se paga».
El mes de noviembre es el mes en el que recordamos con un cariño especial a nuestros seres queridos que han fallecido
Si ellos hicieron tanto por nosotros, ahora tenemos que hacer todo lo que esté en nuestra mano por ellos, ofreciendo eucaristías, oraciones y súplicas en sufragio por sus almas como lo único que les sirve, les ayuda y será eficaz en este momento y en esta situación, para que el Señor los reciba definitivamente en sus brazos y les dé la bienaventuranza eterna.
Seguro que todos los recordamos con mucho cariño, especialmente en este mes de noviembre, y se lo expresamos llevándoles unas flores a la tumba el día de los difuntos. Esto está bien y es un signo de nuestro cariño hacia ellos, pero si nos quedáramos en el hecho de depositar unas flores en su sepultura, nos estaríamos quedando en lo que promueve esta sociedad consumista y sin Dios, en lo que hacen los que no creen: ir al cementerio, llevar unas flores, ponerlas sobre la tumba y punto y final.
La mejor manera de agradecerles su amor y corresponder a él, la mejor y la única manera de ayudarles en sus actuales circunstancias, es elevando una oración ferviente por ellos, para que el Señor perdone los fallos que hubieran tenido y les dé definitivamente el regalo del Reino y de la felicidad eterna.
Acordémonos de todos ellos en este mes de noviembre: de los santos que ya gozan de Dios y a los que podemos encomendarnos, y de los que están en vías de purificación en el purgatorio, por los que podemos rezar y pedir el Señor por su descanso eterno y para que gocen de la felicidad eterna.
Desde nuestra oración, hagamos realidad tanto la alabanza por los santos, los ya salvados definitivamente, como la oración de intercesión por los que esperan su purificación definitiva y la posesión eterna de la estancia que Dios les tiene reservada en el cielo para siempre.
+ Gerardo
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