Cristo ha resucitado se va apareciendo a sus más íntimos. En el evangelio de este domingo se aparece al grupo de los apóstoles, pero no están todos, falta Tomás y, cuando los demás discípulos le dicen que han visto al Señor, él no se lo cree y les da esa contestación: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo» (Jn 20, 25).
El razonamiento de Tomás en el evangelio que escuchamos nos resulta muy cercano. Podríamos decir que es el razonamiento de la inmensa mayoría de los hombres de nuestro tiempo.
A Tomás le resulta demasiado bonito para creerlo, por eso la respuesta es claramente de falta de fe: Si no toco su cuerpo, si no meto el dedo en sus llagas, no creo.
Algo que, con demasiada frecuencia, oímos y vemos en el hombre actual. Cuando alguien le habla de creer, de fe, de Dios, él responde con frases como estas: «Eso es una comedura de coco»; «yo en lo que creo es en lo que se puede tocar y contar»; «¿Otra vida? No he visto a nadie que haya vuelto»; «Dios, la fe, etcétera, allá cada uno, pero a mí no me preocupa eso, a mí me preocupan otras cosas».
Incluso nosotros, que nos confesamos cristianos, es decir, seguidores de Cristo, cuando oímos un determinado pasaje del evangelio, en más de una ocasión, y más al percibir sus exigencias, nos hemos quedado pensando que si nosotros hubiéramos visto, vivido, oído, experimentado a ese Jesús del evangelio no tendríamos dificultad alguna para creer y vivirlo. Pero creerlo sin poder comprobarlo…
Tanto Tomás, como el hombre actual y nosotros, quisiéramos tocar, ver, experimentar, poder comprobar con nuestros sentidos.
Cuando Tomás deja que Jesús toque su corazón y entre dentro de él, su actitud cambia radicalmente, se transforma y le confiesa como su Señor y Dios
Tanto la actitud de Tomás como la nuestra es una actitud equivocada. No se trata de tocar a Jesús, sino de que Él toque nuestro corazón.
Por eso, cuando Tomás deja que Jesús toque su corazón y entre dentro de él, su actitud cambia radicalmente, se transforma y le confiesa como su Señor y Dios
Para poder confesar a Jesús como Dios y Señor es necesario acercarse a Jesús y su mensaje con corazón abierto, con docilidad a su palabra; estar dispuesto a que Cristo entre en nuestra vida y estar con los oídos y el corazón bien dispuestos para escucharlo.
Cuando cualquier persona ha escuchado con sencillez al Señor, con docilidad, ha dejado que cale en su interior, es cuando lo confiesa como Dios y señor.
Confesar a Cristo como Dios y Señor supone estar dispuesto a aceptar el estilo de vida que Él propone, convertir nuestra vida según sus exigencias y vivir y ser testigos ante los demás de este Jesús que es Dios y Señor nuestro.
Resucitar con Cristo es morir a nuestras malas actitudes y a nuestra vida de separación de Dios y de los demás y resucitar a una vida nueva, dirigida por su mensaje
Reconozcamos a Jesús como nuestro Dios y Señor y vivamos nuestra vida con las actitudes que exige dicho reconocimiento del Señor.
Resucitar con Cristo es morir a nuestras malas actitudes y a nuestra vida de separación de Dios y de los demás y resucitar a una vida nueva, dirigida por su mensaje, que transforme nuestra manera de vivir, no desde los criterios del mundo, sino desde el mensaje que Jesús nos ha transmitido para que lo vivamos como seguidores suyos.
La fe en el Señor supone y exige fiarnos, en primer lugar, de su persona y de su mensaje, y transformar nuestra vida de acuerdo con ellos, de tal manera que seamos verdaderos resucitados ya desde ahora, que un día poseeremos la resurrección plena, pero que ya tratamos de resucitar a lo que Dios nos pide en cada momento de nuestra vida.
+ Gerardo
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