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Motivaciones positivas desde donde encontrar y recobrar estímulo, ilusión y esperanza.
A. La primera y la más importante motivación de nuestro ánimo, nuestra ilusión y nuestro ardor pastoral la encontramos en el encuentro con el Maestro y su palabra. Nosotros no somos francotiradores que luchamos en solitario, sabemos que el Señor cumple su promesa y nos acompaña siempre.
Él es quien tiene que hacer fructificar la obra de nuestras manos, porque Él ha sido quien nos ha encomendado la misión de anunciarlo a Él y su mensaje:
«Acercándose a ellos, Jesús les dijo: Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 18-20).
No podemos fijarnos sólo en las dificultades que encontramos. Aunque debamos conocerlas y tenerlas en cuenta, ellas no pueden paralizarnos y dejarnos sin sentido, ni quedarnos solo en el lamento y la desilusión. Nuestra vida no debe quedar paralizada, ni obsesionada con las dificultades que encontramos en la tarea, sino que debemos centrar nuestra atención, mucho más, en las fuerzas positivas con las que contamos para cumplirla.
Tal vez, las dificultades puedan ser y parecer mayores, porque las consideremos sólo desde nuestras solas fuerzas personales y no contemos con la parte que le corresponde a Dios a la hora de afrontarlas y que tiene la parte mayor para que podamos superarlas, porque si no metemos a Dios en nuestra vida y en la superación de las dificultades, seguro que, entonces, no tenemos suficientes fuerzas para superarlas.
El Señor nos ha hecho partícipes de su misma misión y nosotros hemos de responderle con generosidad, pero contando siempre con que no todo depende de nosotros, que hay algo muy importante que depende del Señor y Él va a cumplir siempre su palabra y nosotros tenemos que contar con Él y con su ayuda siempre.
La presencia de Dios en nuestra vida debe darnos confianza, esperanza, ilusión y ardor pastoral, para trabajar por el Reino a pesar de las dificultades que podamos encontrar y tener.
Cuando las dificultades nos paralizan, nos obsesionan y damos vueltas y vueltas a las mismas, y no logramos salir del círculo de la dificultad, obsesionándonos con ellas, pero sin solucionarlas ni salir adelante a pesar de ellas, tal vez tengamos que preguntarnos si la fe es la que mueve nuestra vida o la mundanidad se ha introducido en nosotros, y los criterios con los que actuamos no son tanto los criterios de la fe, cuanto los criterios del mundo y de la sociedad en la que estamos inmersos.
No hay lugar para la desilusión, el desánimo, ni la falta de celo pastoral
El Año Santo del Jubileo del año 2025 tiene que ser para todos un año de gracia, un año de conversión en todos los sentidos: personal, pastoral y estructural, especialmente para pensar cada cual, desde su propia vocación, cómo está viviendo el encargo de Cristo de ser agente de evangelización en este momento histórico que vivimos, porque como dice el papa Francisco: todo bautizado, por el hecho de serlo, es y debe ser un verdadero agente de evangelización, pero mucho más aquellos que por vocación hemos entregado toda nuestra vida a cumplir la misión evangelizadora que el Señor nos ha confiado.
Si esta pregunta se la tiene que hacer cualquier bautizado, mucho más deberemos hacérnosla especialmente los que hemos sido llamados por el Señor a dedicar nuestra vida por entero a anunciarlo a Él y su mensaje.
Los religiosos, las religiosas, los sacerdotes y todos cuantos son agentes de evangelización tenemos que situarnos y responder a esta misma pregunta con nuestra vida y ser conscientes de en qué medida contamos con Dios para superar las dificultades que encontramos, si creemos que el Señor nos acompaña siempre o si no nos creemos francotiradores que luchan en solitario por superar esas dificultades nos van a resultar menos dificultades y menos difíciles de superar.
Para que las dificultades, que las hay y no podemos ignorarlas, no nos paralicen, no nos desconcierten ni nos obsesionen, es necesario que creamos, de verdad, en la grandeza de la misión que Dios nos ha confiado y en la seguridad de que Dios, como decía san Pablo, «me hizo capaz, se fio de mí y me confió este ministerio» (1 Tim 1,12), nos ayuda y nos acompaña y está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, y que es Él quien tiene que hacer fructificar las obras de nuestras manos, aunque cuente con nuestra aportación.
Con este convencimiento, que sólo se puede tener desde una fe madura y actualizada en cada momento, no hay lugar para la desilusión, el desánimo ni la falta de celo pastoral, sino para la ilusión, el entusiasmo y la entrega a la gran misión que el Señor nos ha confiado, para la que Él nos capacita y nos ayuda continuamente para llevarla adelante.
+ Gerardo
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