
Queridos amigos y diocesanos.
La palabra de hoy nos pone la «carta magna de los cristianos», las bienaventuranzas. Las bienaventuranzas nos resumen el proyecto de Dios sobre nuestra vida como cristianos y lo que tendríamos que vivir en relación con Él y en relación con los hermanos.
El mensaje de las bienaventuranzas es y debe ser algo tan importante para los cristianos que hagamos de ellas la norma suprema de nuestra actuación en nuestra vida. Voy a tratar de ayudaros a adentrarnos en todo su significado, comentando al menos alguna de ellas y lo que Cristo ha querido comunicarnos al proclamarlas para nosotros.
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Pobre de espíritu es todo aquel que se siente necesitado de Dios y de los demás. Necesitado de Dios porque sabe que solo Dios es Dios y todos los demás somos pobres y débiles y necesitamos tenerlo muy presente en nuestra vida. Eso quiero decir que no podemos nunca vivir nuestra vida como si pudiéramos prescindir de Dios y edificar nuestra vida al margen de Él. Solo Dios es Dios y nosotros tenemos que contar siempre con Él, porque sin él no somos nada.
Los grandes santos no necesitaron nada más que a Dios para quedar saciados
Necesitados también de los demás, porque todos necesitamos de todos y nadie es superior a nadie ni puede mirar por encima del hombro a los demás. Nosotros tenemos mucho que aportar a los demás y los demás a nosotros.
Bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados.
No es que Dios no quiera que seamos felices. Nos ha creado para que seamos felices y hagamos felices a los demás. Cristo llama bienaventurados a los que son capaces de acercarse al que sufre y ofrecerle su hombro, para que el que lo está pasando mal pueda llorar sobre él. No seremos felices si somos egoístas o indiferentes a los sufrimientos de los demás, sino si somos capaces de solidarizarnos con el dolor y sufrimiento. Seremos realmente felices si, olvidándonos de buscar solo nuestra felicidad, somos capaces de acercarnos al que sufre y lo consolamos y ayudamos, porque también Dios nos consolará a nosotros, con su cercanía somos capaces de acercarnos a los que sufren.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos quedarán saciados.
Tener hambre y sed de justicia no es solo querer ser justos en el sentido de dar a cada uno lo suyo, que también. Cuando Cristo habla de ser justos habla de la justicia como sinónimo de santidad, porque solo cuando luchamos por ser santos es cuando nos sentimos bien, realizados, y quedamos saciados y no buscamos nada más con lo que llenar nuestra vida.
Los grandes santos no necesitaron nada más que a Dios para quedar saciados: «Quien a Dios tiene nada le falta», que decía santa Teresa de Jesús, o «solo Dios», que decía san Rafael Arnáiz, el joven trapense, que a pesar de su enfermedad encontró a Dios y no necesitó nada más.
Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia.
La misericordia define la identidad de Dios como Padre bueno y misericordioso, capaz de compadecerse de nuestras miserias y pecados. Desde esta misericordia de Dios para con nosotros es desde donde Jesús nos llama a que nosotros seamos misericordiosos con los demás: «Sed misericordiosos porque vuestro padre es misericordioso». Si nosotros somos capaces de tener misericordia del hermano que falla, Dios también será misericordioso con nosotros, con nuestra faltas y pecados.
Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios.
Dios quiere que tengamos un corazón limpio, sin dobleces, sencillo como el corazón del niño, que no lleva malicia en su corazón. Eso nos pide a todos nosotros, que seamos limpios de corazón, sin malicia ni dobleces, porque solo si somos así veremos a Dios. Nos dijo Jesús que era necesario que nos hiciéramos como niños si queríamos entrar en el reino.
Dichosos los que trabajan por la paz porque ellos se llamarán los hijos de Dios.
No se trata solo de no ser la causa de discordia con los demás, sino de que positivamente seamos creadores de paz en todos los momentos de nuestra vida y con todas las personas, no creadores de discordias sino de paz, de quitar importancia a los fallos de los demás.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia porque de ellos es el Reino de los cielos.
Los apóstoles fueron capaces de salir contentos de la cárcel después de recibir una paliza por predicar el mensaje de Jesús y confesar su fe en el Señor, por hacer lo que pedía el cumplimiento de su misión y de lo que Jesús había encargado. Dichosos fueron los santos que supieron sufrir, incluso derramar su sangre, por luchar por su santidad, ellos ya gozan del Reino eterno.
El Señor nos dice que tenemos que estar alegres y contentos cuando los demás nos insulten y calumnien, porque nuestros nombres están inscritos en el cielo.
Este es el programa que Cristo nos ofrece y con el cual llenaremos nuestra vida aquí en la tierra y poseeremos un día la felicidad del reino eterno. Sigamos su programa, porque seremos felices aquí en la tierra y, desde luego, el Señor nos dará la felicidad y la bienaventuranza eterna en el cielo.
+ Gerardo
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