Si hay una actitud verdaderamente importante a la que hemos sido llamados continuamente en este tiempo de Cuaresma ha sido a que entendamos que nuestro Dios es un Padre bueno, un Dios de perdón que está dispuesto siempre a perdonarnos y que pide que nosotros perdonemos a los que nos ofenden como el hace con nosotros.
El perdón supera toda ley porque la ley suprema de Dios es la ley del amor y el amor a los hombres necesariamente debe traducirse en perdón.
Una persona que ama a otra lo demuestra a través de su perdón ante las fragilidades que puede ver en ella. No es posible el amor entre las personas sin perdón. Nadie puede decir que ama si no es capaz de perdonar.
Esto, que es realidad en el amor humano, lo es especialmente mucho más significativamente en el amor de Dios a cada uno de nosotros, a los pecadores. Dios nos ama, por encima de nuestras deficiencias y pecados y porque nos ama nos perdona siempre.
Dios nos ama por encima de nuestras deficiencias y pecados y porque nos ama nos perdona siempre
Porque el amor es el mandamiento nuevo que Cristo nos dio, Él mismo nos ofrece continuamente su perdón, incluso cuando la ley nos condene, cuando los demás se sientan con derecho a condenarnos porque hemos faltado, Dios siempre nos ofrece su perdón.
Para que entendamos que debemos perdonar, Cristo nos urge a que nos miremos a nosotros mismos, porque entonces veremos que nosotros también tenemos culpas y pecados y que por lo tanto no tenemos derecho a juzgar, ni a condenar a nadie, sino que debemos perdonar siempre.
El caso que contempla el evangelio de este domingo en el pasaje que escucharemos en la eucaristía es el pasaje del Evangelio de San Juan en el que nos habla de una mujer sorprendida en adulterio. La ley judía decía que a estas mujeres había que lapidarlas, y así piensan hacer los que la llevan delante de Jesús.
Nadie puede decir que ama si no es capaz de perdonar
Él, ante aquella mujer sorprendida en adulterio, los hace reflexionar sobre sí mismos y descubrir que todos tienen pecados y, por lo mismo, nadie tiene derecho a condenarla, ni apedrearla. Y dirigiéndose a ellos, les dice: «El que esté sin pecado, que tire la primera piedra», y el evangelio dice que aquellos «fueron escabulléndose uno tras otro». Jesús, que se ha quedado solo con la mujer, se dirige a ella y le dice: «¿Donde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado? La mujer contesta: Ninguno, Señor. Jesús le dice: «Yo tampoco te condeno, anda y en adelante no peques más».
En este pasaje podemos ver varias actitudes muy importantes que deben regir nuestra vida: Lo tendentes que somos a condenar nosotros y buscamos y encontramos razones para hacerlo. No nos damos cuenta de que nosotros también tenemos fallos, miserias, pecados; y ello debe ser motivo más que suficiente para perdonar a los demás. No tenemos derecho a condenar a nadie, sino que tenemos que perdonarlos porque también a nosotros nos deben perdonar los demás, porque también nosotros fallamos y pecamos. Debemos perdonar por encima de cualquier otra norma porque el amor y el perdón es la primera de las normas.
Cristo vino para ofrecernos esta autentica imagen de Dios, que es la imagen de un Padre bueno y misericordioso capaz de compadecerse de nuestras flaquezas y debilidades y perdonarlas y seguir amándonos por encima de todo eso.
Tenemos como modelo a imitar, la actuación de Dios, que es totalmente distinta a la nuestra, y a nosotros el Señor nos dice: «Sed compasivos como Dios es compasivo, porque Dios perdona siempre» (Lc 6, 36-38).
Porque Dios es compasivo y bueno, nosotros hemos de acercarnos al perdón de Dios con plena confianza, porque Dios nos espera para darnos su abrazo de acogida y de perdón.
El perdón que Dios nos ofrece cuando nosotros le pedimos perdón es algo que debemos hacer nosotros con los demás, porque es el mismo Cristo el que nos dice que, cuando recemos, digamos: «Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Mt 6, 12).
+ Gerardo
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