Un año más, la Cuaresma

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    La Cuaresma es un tiempo de gracia. La Iglesia, guiada por la Palabra de Dios, nos propone un programa de vida claro y exigente: la conversión de nuestra vida desde la fe. Nos invita a la conversión, a volvernos a Dios y a escucharle para que sepamos y podamos ser testigos de su verdad y de su amor.

    El papa Francisco en el mensaje para la Cuaresma de este año nos urge desde el texto de san Pablo en la Carta a los Gálatas: «No nos cansemos de hacer el bien, que, si no desmayamos, a su tiempo cosecharemos. Por tanto, mientras tenemos ocasión, hagamos el bien a todos, especialmente a la familia de la fe» (Gal 6, 9-10).

    Es una invitación constantemente a la conversión, a cambiar de mentalidad para que la verdad y la belleza de nuestra vida no esté tanto en poseer, sino en dar; no tanto en acumular, sino en sembrar el bien y en compartir.

    El mismo papa Francisco, en la exhortación apostólica Fratelli tutti 54, decía: «Dios, como primer agricultor, generosamente sigue derramando en la humanidad semillas del bien». Durante la Cuaresma, todos estamos llamados a responder al don de Dios, acogiendo su palabra viva y eficaz.

    La escucha y lectura de su Palabra asiduamente nos hace descubrir que Dios nos llama a ser colaboradores suyos, utilizando bien el tiempo presente para sembrar, también nosotros, obrando el bien.

    Cuando sembramos el bien, los primeros que recogemos el fruto somos nosotros, que nos hacemos mejores, y también las relaciones con los demás, que son también mas bondadosas, porque en Dios no se pierde ningún acto de amor por pequeño que sea, no se queda sin fruto ningún cansancio generoso.
    Vivir la vida haciendo el bien tiene una triple cosecha:
    • Una cosecha en nosotros mismos: cuando sembramos el bien los primeros que recogemos el fruto somos nosotros, que nos hacemos mejores.
    • Otra cosecha en los demás: porque las relaciones con los demás son también mas bondadosas.
    • Una tercera cosecha: sembrando el bien estamos perseverando hasta el final, adquiriendo un gran tesoro en el cielo.
    La Cuaresma nos llama a poner nuestra fe y nuestra esperanza en el Señor. «No os canséis de hacer el bien» y, para ello, para no cansarnos, tenemos que orar continuamente. Necesitamos orar porque necesitamos a Dios. Pensar que nos bastamos a nosotros mismos y por nosotros mismos es una ilusión muy peligrosa.
    Somos personas frágiles y débiles, nos cansamos y abandonamos o, por lo menos, no damos de sí todo lo que deberíamos. Necesitamos en nuestra vida a Dios para mantenernos en el bien obrar pero, sobre todo, necesitamos a Dios para salvarnos. Nadie se salva sin Dios, porque solo el misterio pascual de Jesucristo nos hace vencer las oscuras aguas de la muerte.

    Cuando sembramos el bien, los primeros que recogemos el fruto somos nosotros, que nos hacemos mejores, y también las relaciones con los demás, que son también más bondadosas

    Para no cansarnos de hacer el bien, es necesario no cansarnos de extirpar el mal de nuestra vida.
    Por ejemplo, poniendo en práctica el ayuno corporal que la Iglesia nos pide en Cuaresma, porque el ayuno fortalece nuestro espíritu para luchar contra el pecado.

    Es necesario también no cansarnos de pedir perdón en el sacramento del perdón y de la reconciliación, porque Dios no se cansa nunca de perdonarnos.

    Es necesario no cansarnos de luchar contra la concupiscencia, porque ésta nos impulsa al egoísmo y a toda clase de mal, hundiendo al hombre en el pecado.

    No nos cansemos de hacer el bien en la caridad activa hacia el prójimo.

    Quien caiga, que tienda la mano a Dios Padre, que siempre nos vuelve a levantar; quien se encuentre perdido, engañado por determinadas seducciones, que no tarde en volver a Él

    La Cuaresma es un tiempo especial para practicar la limosna, dando con alegría, con la confianza en Dios, que da semilla al sembrador y pan para comer (2Cor 9, 7), nos proporciona a cada uno, no solo lo que necesitamos para subsistir, sino para que podamos ser generosos para hacer el bien a los demás.

    La Cuaresma es tiempo de conversión. Por eso, quien caiga, que tienda la mano a Dios Padre, que siempre nos vuelve a levantar; quien se encuentre perdido, engañado por determinadas seducciones, que no tarde en volver a Él, que es rico en perdón.

    Apoyándonos en la gracia de Dios y en la comunión de la Iglesia, no nos cansemos de sembrar el bien.
    El ayuno prepara el terreno, la oración lo riega y la caridad lo fecunda. Si no desfallecemos, tenemos la certeza de que a su tiempo cosecharemos y que con perseverancia alcanzaremos los bienes prometidos para nuestra salvación y la de los demás.

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