Después de varios cursos de incertidumbres, en los que hemos estado en un callejón sin salida a nivel pastoral debido a la pandemia que nos recluyó en las casas durante un tiempo que llenó de miedo y precaución a muchos, especialmente a nuestros mayores, que eran en su mayoría los más asiduos a nuestras celebraciones, y dejaron de serlo por miedo a contagios y a contactos con otros; llega el momento de recuperar todo lo que hemos dejado sin hacer durante el tiempo que la pandemia nos lo ha impedido, obligándonos a ajustarnos a unas normas de prevención del contagio del COVID-19.
No estamos aún libres del mismo, pero sí estamos ya más acostumbrados a convivir con él, y nuestras vacunaciones nos hacen más inmunes al mismo, lo que nos permite retomar determinadas actividades y celebraciones que hasta ahora, durante estos dos cursos anteriores, han sido más problemáticas.
Comenzamos un nuevo curso y uno de los aspectos más importantes a cuidar y renovar es nuestra ilusión y nuestro ardor evangelizador.
Sabemos lo mucho que hay que hacer a nivel de evangelización en todos los sectores y en todos los lugares, desde nuestras propias personas y nuestras propias familias
Sabemos lo mucho que hay que hacer a nivel de evangelización en todos los sectores y en todos los lugares, desde nuestras propias personas y nuestras propias familias, hasta todo ese un gran mundo de alejados de Dios y de la Iglesia, para el cual todo lo que suena a Dios, fe e iglesia, cuando menos, pasa indiferente y cuando más se sitúan en contra.
La pandemia nos ha hecho ver y sentir que somos bien poca cosa, que nuestros proyectos y planes personales los destruye un pequeño virus en poco tiempo. Hemos experimentado durante toda la pandemia que si queremos mantener la esperanza, no podemos prescindir de Dios, que, si bien no nos va a librar de los sufrimientos que conlleva la vida, sí nos va a ayudar a vivirlos llenos de esperanza, de que no estamos solos, que Él no nos ha olvidado, sino que camina con nosotros y a nuestro lado como con aquellos discípulos de Emaús, aunque a veces nos cueste reconocerlo por falta de fe. A Dios le interesan nuestras cosas, nuestros problemas y dificultades y nuestras alegrías y gozos y nos acompaña siempre. No podemos acercarnos a Dios solo cuando el dolor nos aprieta, hemos de tenerlo presente en todos los momentos de la vida: en los buenos, porque Dios se alegra con nosotros, pero también en los momentos de dificultad, porque la fe en Él nos va a ayudar a vivirlos con esperanza y confianza de que no estamos solos y abandonados, sino que Él sigue en nuestra vida.
Este curso, la programación diocesana nos va a enfrentar con esa realidad tan importante para todo ser humana: la familia.
Este curso, la programación diocesana nos va a enfrentar con esa realidad tan importante para todo ser humana: la familia. Nos va ayudar a tomar conciencia de lo importante que es que la familia se encuentre acompañada en todas las etapas por las que atraviesa a lo largo de la vida: niños, jóvenes, novios, matrimonios padres, mayores.
Queremos plantearnos, como diócesis, parroquia y cada una de las familias, cómo podemos acompañar a cada familia y a cada persona que la compone, en la etapa en la que viva, para que realmente sea una etapa de crecimiento en la fe y de preparación para vivir toda esta realidad y hacer posible el cumplimiento de la gran misión que tiene la familia de ayudar a crecer como personas y como cristianos a todos sus miembros.
Para que todos estos objetivos puedan ser realidad y lleguen a cumplirse en nuestras familias, es necesario que las mismas familias se planteen y se ofrezcan a colaborar en este proyecto diocesano y de cada parroquia, porque todos somos necesarios para llevar adelante la evangelización de la familia, tanto de la propia como la de los demás.
Para ello, sacerdotes y familias han de estar dispuestos a prepararse y conocer la mejor manera de ayudar a la familia en cada una de las etapas por las que pasa, y poder ser agentes de formación para ellas y en las distintas etapas de las mismas.
Esto nos pone de manifiesto que necesitamos comenzar con mucha ilusión, con verdadero entusiasmo la tarea que se nos confía y con mucha disponibilidad para colaborar en el empeño.
No basta con que el sacerdote esté dispuesto, es necesaria la colaboración de las familias para la evangelización de las mismas, familias que puedan ofrecer a otras familias sus mismos anhelos y entusiasmo de lograr esta evangelización de esta realidad tan importante.
¡Feliz comienzo de este nuevo curso 2021-2022!
+ Gerardo Melgar Viciosa
Obispo Prior de Ciudad Real
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