Celebramos hoy la fiesta de la Sagrada Familia, una fiesta en la que se nos pone el hogar de Nazaret como modelo de familia en la que reinaba algo tan importante como es el amor a Dios y el amor entre ellos.
Si algo no puede fallar en la realidad familiar es el amor, porque la familia se cimienta, construye, alimenta y perdura en el amor y desde el amor.
Cuando en ella falta el amor se ha perdido lo más importante, se han roto los lazos que unían tan estrechamente a los miembros y la familia se ha convertido en algo insoportable, la casa bajo cuyo techo se daba y recibía tanto amor se ha convertido en una cárcel que oprime, aprisiona y esclaviza.
La celebración de la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret, compuesta por Jesús, José y María es y debe ser una llamada para todos a revisar cómo andamos de amor en nuestra propia familia, cómo andamos de amor a Dios y cómo andamos de amor entre todos los miembros de nuestra familia, porque si falta el amor a Dios o el amor entre nosotros nos está faltando lo fundamental de la misma.
El amor a Dios en la familia debe ser algo prioritario porque nuestra relación con Dios es una relación de familia. Dios es nuestro padre, un Padre misericordioso que nos quiere a pesar de nuestros pecados y miserias, que tanto nos ama que ha sido capaz de entregar a su propio hijo a la muerte, para que nosotros llegáramos a ser sus hijos por adopción.
La celebración de la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret,
compuesta por Jesús, José y María es y debe ser una llamada para todos a revisar cómo andamos de amor
Dios tiene que ser alguien muy importante en nuestras propias familias, porque nuestra relación con él nos impulsa y nos pide ser capaces de amar por encima de los fallos que puedan tener los demás; porque desde este mismo amor a Dios se nos impulsa al perdón y a quitar importancia a los fallos que vemos en los demás. Dios tiene que tener una silla en la cocina de nuestro hogar, y un sillón, el más importante y cómodo en nuestro salón, para que cuide de nosotros, para que nosotros nos preguntemos por lo que Él espera de nosotros y seamos capaces de hacerlo realidad en nuestros hogares. Dios debe de ser un miembro importante de nuestra familia con el que hablamos, al que le contamos lo que vivimos, bueno o malo, para que nos eche una mano. Sin él no podremos formar una verdadera familia cristiana.
¿Tiene Dios un puesto importante en mi familia? ¿Contamos con Él y le rezamos y contamos con Él como familia? ¿Es nuestra familia una familia cristiana o por los hechos demostramos que Dios no pinta nada en el seno de la misma, que nuestra familia la hemos constituido sin Dios o que el puesto de Dios lo ocupan otros diosecillos que no tienen nada que ver con Él y que aunque, equivocadamente, creamos que es lo único que necesitamos, veremos que sin Dios en nuestra familia nos está faltando alguien esencial para ser una familia?
Dejemos que Dios entre en nuestra familia, hagámosle un hueco para que Él tenga cancha de actuación en ella. Un matrimonio cristiano es siempre cuestión de tres: Dios y los integrantes del matrimonio. Una familia es cuestión de los que la formamos y Dios que la forma con nosotros.
Dejemos que Dios entre en nuestra familia, hagámosle un hueco para que Él tenga cancha de actuación
Y junto al amor a Dios, el amor entre los miembros que formamos la familia: el amor en la familia y a todos los miembros de la familia es algo que hemos de salvar por encima de todo porque, cuando este falla, la familia se convierte en una losa pesada e insoportable.
Esposos, padres e hijos, todos en la familia hemos de hacer realidad la belleza con la que Pablo canta las excelencias del amor en la Primera carta a los corintios (1 Cor 13, 1-7).
Empeñemos nuestra vida en hacer realidad en nuestra familia el amor a todos y cada uno de sus miembros, porque solo así nuestra familia será ese espacio vital en el que vivimos a gusto y crecemos armónicamente.
+ Gerardo
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