En esta ocasión es aquel escriba, un entendido de la Ley, el que se dirige a Jesús para preguntarle: ¿Cuál de todos los mandamientos es el primero, el más importante?
Jesús inmediatamente le responde que el más importante de todos es este: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser. El segundo es este: amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que estos».
Amar a Dios supone interesarnos por Él; dejar que Él entre en nuestra vida y la transforme según sus designios; que lo que Él nos pide que guardemos se convierta para nosotros en la norma suprema de nuestra vida; que Dios sea el más importante en nuestra vida y solo a Él sirvamos. Se trata, por tanto, de que Dios sea realmente importante en nuestra vida y que en caso de conflicto sea a Dios a quien sirvamos por encima de todo.
Este primero y más importante de los mandamientos tenemos que contrastarlo con nuestra vida y preguntarnos cada uno de nosotros como seguidores de Jesús: ¿realmente Dios es alguien muy importante para mí? ¿Me importa más lo que Dios me puede estar pidiendo que lo que yo haga o viva? ¿Realmente, en mi vida de cada día, en mi conducta, en mi forma de actuar, dejo que Dios actúe en mí y trato de ajustar mi vida a lo que Dios quiere de mí?
Amar a Dios sobre todas, con todo nuestro corazón, con nuestra alma y con todas nuestras fuerzas, realmente supone un estilo peculiar de vivir. Es el estilo de vivir de Jesús, que por encima de su propia voluntad, ante todo y sobre todo estaba la voluntad y los planes de Dios sobre él.
Si queremos de verdad ser auténticos creyentes tenemos que preguntarnos muchas veces ¿Qué es lo que Dios pide de mí?, o como decía santa Teresa haciéndose esa misma pregunta: ¿Qué mandáis hacer de mí? Y cuando hemos descubierto lo que el Señor quiere de nosotros, ponerlo en práctica, porque como decía Cristo en el Evangelio: «No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt 7, 21. La fe es una vida que hemos de vivir; la fe muerta, no sirve para nada.
Jesús, a este mandamiento más importante, añade en su respuesta un segundo que es semejante a este: «amarás a tu prójimo como a ti mismo». Es el mandamiento que Jesús va a convertir en el mandamiento nuevo, en la enseña por la que se conocerá a los que somos sus seguidores, porque como decía San Juan: «Si alguno dice: “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve». (1 Jn 4, 20).
El amor a los hermanos es también un estilo propio de quien sigue a Jesús
El amor al prójimo completa el estilo de vida que el Señor nos propone en el primer mandamiento, porque el amor a Dios debe llevarnos al amor a los hermanos y el amor a los hermanos debe ser una exigencia que brota del amor a Dios. Por eso, se complementan mutuamente.
El amor a los hermanos es también un estilo propio de quien sigue a Jesús, que continuamente hemos de traducirlo en algo muy concreto, en una comprensión del otro, en un perdón del hermano, en un estar al lado de quien nos necesita para ayudarlo.
De la mano de nuestro salvador y con su gracia seremos capaces de anteponer a Dios a todos los demás intereses
Este es el camino que Cristo nos ofrece. Un camino no fácil de hacer realidad, pero si fuéramos nosotros solos los que lucháramos... pero no estamos solos, el Señor y su gracia nos acompañan en todo momento para que seamos capaces de recorrer el camino según Él nos pide.
De la mano de nuestro salvador y con su gracia seremos capaces de anteponer a Dios a todos los demás intereses y estaremos en disposición de amar a los demás como Él nos ama. Pidámosle hoy al Señor la gracia de amar a Dios y a los hermanos, como Él lo hizo.
+ Gerardo
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