
Muchas veces, cuando pensamos en lo santos, lo hacemos sin pisar demasiado en la tierra y les subimos a una hornacina demasiado alta, por lo que se convierten en personas admirables, pero no imitables.
San Rafael Arnaiz fue declarado por el papa Benedicto XVI, con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid, patrono de la Juventud.
A san Rafael se le conoce mucho en Castilla y León, especialmente en Palencia, pero, en general, no es un santo muy conocido.
Yo creo que su vida puede ser un verdadero modelo a imitar en sus actitudes cristianas por muchos jóvenes y por los cristianos en general, si le conociéramos un poco mejor. Por eso, me he decidido a dedicarle esta semana esta carta pastoral, con el deseo de ofrecerlo a los jóvenes como modelo de joven, seguidor de Jesús y santo.
San Rafael nació en Burgos el 9 de abril de 1911, de familia profundamente cristiana; joven de talante personal abierto y positivo, con gran sensibilidad y grandes inquietudes, inicia la carrera de arquitectura y siente la llamada de la vocación a la vida monástica, y la sigue, como diría él: «Siguiendo los dictados del corazón hacia Dios y deseando llenarse de Él».
El 15 de enero de 1934 ingresa en el monasterio de San Isidro de Dueñas (Palencia) con un único bagaje personal: «Un corazón alegre y con mucho amor a Dios». Pronto cae enfermo, lo que le obliga a dejar el noviciado, y a hacer de su vida un ir y venir del monasterio a la familia y de esta al monasterio, hasta que definitivamente se queda en la enfermería del monasterio, donde muere el 26 de abril de 1938 a los 27 años.
El 27 de septiembre de 1992 fue declarado beato por el papa Juan Pablo II. El 11 de octubre de 2009 es canonizado por el papa Benedicto XVI.
¿Qué es lo que fascina del Hermano Rafael?
Aunque sea muy breve e incluso con el riesgo de ser superficial, quisiera resaltar tres aspectos muy importantes de la vida y de la entrega al servicio de Dios en el Hermano Rafael, entresacados todos, de sus obras completas:
• Es un hombre enamorado plenamente de Dios, que ha sentido sobre él la mirada de Cristo y se ha dejado fascinar por él. Que ante la llamada del Señor no tiene otra respuesta que aquella que siempre dio, en la salud y, de manera especial, en la enfermedad: «Voy, Señor». Él lo diría así: «Si hubieras visto la dulzura de los ojos de Jesús, sin pensar en ti para nada…te hubieras unido, aunque hubieras sido el último de la comitiva de Jesús y le hubieras dicho: …“Voy, Señor, no me importan mis dolencias, ni comer, ni dormir…Si me admites, voy. Voy, Señor, porque tú eres el que me guía. Eres tú el que me prometes una recompensa eterna…Eres tú el que perdona, el que salva…eres tú el único que llena mi alma”».
Rafael es un joven plenamente enamorado de Dios, que descubre en su vocación una gran gracia de Dios, una predilección especial por su parte, que nunca agradecerá suficientemente y a la que responderá siempre con verdadera generosidad y entrega, porque su gran amor, que es Dios, es el único que llena su alma.
• El joven Rafael Arnaiz es alguien que, en ese seguimiento de las huellas de Jesús, de su camino, y en la respuesta a su llamada, es plenamente feliz:
«La verdadera felicidad se encuentra en Dios y solamente en él...amando a Dios serás feliz en esta vida, tendrás siempre paz y algún día morirás contento…las ilusiones del mundo como juguetes de niño, hacen feliz cuando se espera., después, todo es cartón... feliz, mil veces feliz soy, cuando a los pies de la cruz de Cristo, a Él, solo a Él le cuento mis cuitas…y no sé más que pedirle amor…»
El está convencido de que la felicidad no la dan el mundo ni las cosas, que estos, cuando uno pone en ellos el corazón, parece que va a encontrar en la felicidad, sin embargo, esta resulta totalmente pasajera, y deja vacío al hombre.
• En el seguimiento de Jesús, Rafael siente la protección de María, su Virgen de la Trapa:
«Cuántas veces, cuando nadie me veía, le hablaba de mis proyectos, de mis deseos, le hablaba de su Hijo Jesús... a mí me gusta hablar a la Virgen en voz alta, como si estuviera a mi lado…»
Así vivió este joven, que moría con 27 años. Toda su vida fue un «sí, voy» a la llamada del Señor.
+ Gerardo
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