
Queridos diocesanos de Ciudad Real:
Celebramos este domingo el Día de la Iglesia Diocesana con el lema Tú también puedes ser santo. Por este motivo, me dirijo a vosotros con gran alegría, apenas un mes después de haber comenzado mi servicio como obispo de esta querida diócesis.
Pertenecer a una diócesis no es solo una cuestión organizativa: es formar parte de la gran familia de la Iglesia de Cristo, en la que todos somos hijos de Dios y hermanos entre nosotros. Como nos recuerda el Concilio Vaticano II (
Lumen Gentium, 23) en cada Iglesia particular «está verdaderamente presente y actúa la Iglesia de Cristo, una, santa, católica y apostólica».
Somos una porción del Pueblo de Dios que camina en comunión en un lugar concreto. Obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos compartimos la misma misión: anunciar el Evangelio con nuestras palabras y, sobre todo, con el testimonio de nuestra vida. Como afirmaba san Pablo VI con gran fuerza: «El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros, o si escucha a los maestros, es porque son testigos» (
Evangelii nuntiandi, 14).
Todos estamos llamados a ofrecer el amor de Dios a los demás, para que se realice esa unidad que no anula las diferencias, sino que valora la historia personal de cada uno
Cada uno, desde la vocación que ha recibido, está llamado a asumir este compromiso misionero, que es camino de santidad. No son solo los obispos, los sacerdotes o los consagrados los encargados de evangelizar: todos los miembros de esta Iglesia que peregrina en Ciudad Real hemos de tomarnos en serio esta misión bautismal de ser discípulos en medio del mundo, viviendo la fe de forma coherente, celebrándola en la comunidad parroquial y transmitiéndola con alegría allí donde nos encontramos. Porque todos hemos sido llamados a ser santos.
Si realmente experimentamos en el corazón el gozo de ser amados por Jesús, no podremos separar nunca en nuestra vida cristiana el ser discípulos del mandato misionero que hemos recibido en el bautismo, pues «de la abundancia del corazón habla la boca» (cf. Lc 6, 45).
El papa León XIV, desde el inicio de su pontificado, nos recuerda constantemente su deseo de que la Iglesia viva unida en comunión, porque formamos un mismo cuerpo al participar del mismo pan, que es Cristo. Por eso, os animo a trabajar intensamente para hacer realidad este deseo en nuestra Iglesia diocesana: fomentar una verdadera unidad entre nosotros, que nace del sabernos miembros de una única familia. En ella hay diversos carismas y ministerios, pero todos estamos llamados a ofrecer el amor de Dios a los demás, para que se realice esa unidad que no anula las diferencias, sino que valora la historia personal de cada uno y la riqueza cultural, social y religiosa de cada pueblo (cf.
Homilía de la Misa de inicio del pontificado).
Que María, Madre de la Iglesia, nos ayude a vivir la comunión entre todos los bautizados, para que el mundo pueda decir de nosotros, como de los primeros discípulos: «Mirad cómo se aman».
Os bendice con afecto vuestro obispo,
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