Cristo, nuestra esperanza

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    Queridos diocesanos de Ciudad Real:

    Este domingo comenzamos el tiempo de Adviento inaugurando el nuevo año litúrgico. En este tiempo, la Iglesia se prepara para la primera venida del Salvador, mientras se renueva el deseo de su segunda venida (cf. Ap 22, 17). Me dirijo a todos vosotros para que, en este Año Jubilar que concluirá en la diócesis el 28 de diciembre, vivamos con renovados deseos de esperanza la venida del Salvador.

    El Adviento quiere avivar en nosotros esa gran esperanza que orienta y da sentido pleno a nuestra vida: el encuentro con Jesús. A este propósito nos iluminan las palabras de Benedicto XVI, que deberían quedar grabadas en nuestro corazón: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est, 1). Este encuentro es la fuente de nuestra esperanza.

    Por eso el Adviento es un tiempo particularmente propicio para renovar la esperanza. Es un tiempo donde vemos la luz del final del camino ya muy cerca, tanto que casi la podemos tocar: Cristo va a nacer muy pronto. Únicamente tenemos que dejarle un sitio en nuestro corazón. Como decía san Agustín en Las Confesiones: 

    ¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva,
    tarde te amé! y tú estabas dentro de mí y yo afuera,
    y así por de fuera te buscaba; y, deforme como era,
    me lanzaba sobre estas cosas que tú creaste…!

    Así entendemos que Jesucristo nos ha salvado y restaurado en lo más profundo de nuestro ser, permitiéndonos vislumbrar ya, en medio de las oscuridades del presente, la luz de la vida eterna. Vivir de esperanza significa vivir anclados en Jesús, nuestra única esperanza, plenamente convencidos de que solo Él puede colmar los deseos más profundos del corazón humano. Y, precisamente porque se fundamenta en Cristo, nuestra esperanza no defrauda (cf. Rm 5, 5).
     

    Que la Virgen María, Madre del Adviento y Madre de la Esperanza, modelo de mujer creyente, nos acompañe en este camino que acaba en la gruta de Belén


    Sí, queridos hermanos: tenemos una esperanza firme y segura en la que apoyar nuestra vida. Dios, que es fiel, ha cumplido su promesa de salvación en Cristo Jesús y cumplirá también su promesa de llevarnos a la gloria del cielo para estar eternamente con él. «Pues Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (cf. 1Tm 2, 4).

    Os invito, como pastor de esta Iglesia particular, a vivir este tiempo de preparación para la Navidad con una gran esperanza, siendo conscientes de que, para un cristiano, la esperanza jamás defrauda, sino que siempre está en camino con Cristo hacia el Padre que nos espera. 

    Que la Virgen María, Madre del Adviento y Madre de la Esperanza, modelo de mujer creyente, nos acompañe en este camino que acaba en la gruta de Belén, en esa noche gozosa en la que Dios, despojándose de toda dignidad, se hizo Niño. «Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14). Feliz Adviento para todos.

    Os bendice vuestro obispo,

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