
Uno de los errores principales de nuestro tiempo, cuando se piensa en el cristianismo y se quiere vivir como cristianos y seguidores de Jesús, es que hay mucha gente que cree que, en el cristianismo, en el seguimiento de Jesús, todo vale.
Hay muchos cristianos que han hecho de su fe y de su seguimiento de Jesús algo muy acomodado a su manera de entender las cosas, con ausencia de renuncias ni sacrificios, sin prioridades, queriendo compaginar el ser cristiano y el ser del mundo y no entienden que para ser seguidor de Cristo se le exija renuncia a actitudes mundanas para vivir desde los criterios y valores del reino.
Jesús lo tiene muy claro y así se lo dice a los que lo acompañaban: «Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío» (Lc 14, 26-27).
Pensemos en la radicalidad que supone el seguimiento del Señor y pidámosle que nos ayude a responderle generosamente a lo que Él espera de un discípulo
Jesús pide que en nuestra vida de seguidores suyos lo pongamos en primer lugar, que Él ocupe el primer puesto de nuestros intereses. Cualquier persona que ponga en primer lugar otros intereses, aunque sean los de la familia; y a Jesús y su mensaje lo deje relegado a un puesto posterior, no está siendo discípulo ni seguidor de Cristo. Seguirlo a Él pide y reclama de cada uno de sus discípulos que la persona de Jesús y su mensaje ocupe en la vida de sus seguidores el primer lugar de todos.
Este mensaje exigente de Jesús nos está, claramente, pidiendo una autentica conversión, un cambio radical en nuestra vida y de nuestra vida, que trate de encarnar ante todo y sobre todo el estilo que Jesús propone a sus seguidores, que la voluntad de Dios sea el primero y el más grande de los esfuerzos que su seguidor tiene que poner en su vida.
Jesús pide a sus discípulos que en nuestra vida posterguemos todo lo demás y nos preocupe como interés y valor principal, al que queremos seguir y servir, la persona de Jesús y su estilo de vida.
Cuando alguien quiere compaginar el seguimiento de Jesús con el seguimiento de los postulados del mundo, del tener, el gozar, la comodidad y la mundanidad, está intentando compaginar dos cosas que son irreconciliables.
Tal vez, al hombre actual, que entiende mucho de dejarse llevar por ambientes, por sus propias inclinaciones y de hacer aquello que no cuesta o proporciona placer, aunque sea pasajero, le puede resultar dura y extraña esta forma de seguimiento que Cristo propone, pero no puede ser de otra forma. Es el mismo Cristo el que nos lo dice: quien quiere compaginar dos actitudes, no puede ser discípulo mío.
El Señor comprende mejor que nadie nuestros fallos y está dispuesto siempre a perdonarnos
Esta exigencia del Señor para sus seguidores nos está pidiendo a todos que debemos revisar nuestra vida y ver cómo estamos siendo discípulos y seguidores de Cristo; si nuestro seguimiento es un seguimiento auténtico o, más bien, es un seguimiento descafeinado, que se parece tal vez muy poco a lo que Cristo nos propone, y nos está pidiendo. Él nos pide a todos más radicalidad, más autenticidad y más coherencia para poder ser y llamarnos discípulos y seguidores suyos, y que no nos importen otras cosas que no tienen nada que ver con la persona del mismo Cristo; que no nos importen otros valores y postulados del mundo y, tantas veces, nos olvidemos del estilo que Él nos propone a los que nos llamamos y queremos ser sus discípulos.
El Señor comprende mejor que nadie nuestros fallos y está dispuesto siempre a perdonarnos, pero nos sigue pidiendo que los fallos no supongan nunca perder el norte y orientar nuestra vida por caminos que no son los caminos que Dios nos propone.
Pensemos en la radicalidad que supone el seguimiento del Señor y pidámosle que nos ayude a responderle generosamente a lo que Él espera de un discípulo.
+ Gerardo
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