No tenemos tiempo

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    Yo no tengo tiempo para eso». Esta es la respuesta más común cuando los esposos se dicen que necesitan hablar, que necesitan aclarar la situación que se ha creado, sin saber cómo, entre ellos o que deben cuidar su relación en un grupo de matrimonios, donde intercambiar cómo lo hacen y cómo pueden hacerlo mejor. La respuesta espontánea es siempre la misma: Seguro que eso nos ayudaría, pero no tenemos tiempo para ello. Que no tienen tiempo para eso.

    Esta es la respuesta de muchos padres cuando los hijos reclaman de ellos más atención, más tiempo dedicado a estar con la familia, más tiempo para escuchar los problemas que ellos tienen.

    Es la respuesta de tantos padres a los que alguien les dice que hoy los padres deben estar bien formados para educar bien a sus hijos. Ellos dan la misma respuesta: yo no tengo tiempo para emplear en eso.
    Es la respuesta de tantos cristianos que dicen que no practican, no porque tengan nada en contra de la religión, sino simplemente porque no tienen tiempo para eso. Que si quieren llevar el dinero a casa para que su familia viva holgadamente, deben emplear todo su tiempo en esa tarea y no pueden dedicarlo a rezar.

    Jesús nos pone en el evangelio de este domingo el ejemplo de aquellas dos hermanas de Lázaro: Marta y María. Marta, con toda su buena intención, quiere agasajar bien al invitado, que es Jesús, y se deshace en atenciones, va de aquí para allá; mientras María, su hermana, se ha puesto al lado de Jesús y está escuchando atentamente lo que le dice.

    Jesús le hace caer en la cuenta a Marta de que está nerviosa e inquieta «por tantas cosas» y sola una es importante, una que ella no ha descubierto, pero que María sabe y está haciendo: escuchar al maestro para vivir las actitudes que Él les pide.

    En nuestra vida es necesario pararnos a descubrir tras de lo que corremos como lo más importante para nosotros, porque tal vez estamos poniendo todo al servicio en algo que no es ni mucho menos lo más importante.

    Nuestra vida actual es una vida de ajetreo, de prisas, de nerviosismo, de ir de una parte para otra

    Hay una inmensidad de personas que ponen toda su ilusión, su trabajo y esfuerzo en conseguir medios materiales, en tener más dinero y es lo único que les importa, lo único por lo que se mueven y por lo que se esfuerzan, sin darse cuenta de que, cuando lo están haciendo, están descuidando otros aspectos de su vida que son más importantes que el tener más.

    Descuidan así la familia, el estar tiempo con ella, la dedicación de tiempo a sus hijos, la tarea de formarse como padres para desarrollar bien su misión como educadores de sus hijos.

    Dedicados en exclusiva a ganar más, creyendo que el dinero va a ser para ellos la clave de la felicidad, olvidan lo más importante y lo que más quieren en su vida y lo que les hará realmente felices, para dedicarse solo a su objetivo material y convenciéndose de que lo demás tiene menos importancia, de que no les queda tiempo para ello.

    Jesús nos pone en el evangelio de este domingo el ejemplo de aquellas dos hermanas de Lázaro

    Nuestra vida actual es una vida de ajetreo, de prisas, de nerviosismo, de ir de una parte para otra, de una actividad a otra para ser más, para ocupar mejores puestos, y esto se lo enseñamos desde muy pequeños a  los hijos, de tal manera que no les dejamos ni tiempo para que jueguen, porque es necesario que hagan toda una serie de actividades extraescolares para ser mejores que los demás.

    Ni los hijos ni los padres son felices porque han olvidado a Dios en sus vidas y se dedican a todo aquello que el mundo ofrece como felicidad momentánea y pasajera, pero luego quedan vacíos, toman conciencia de que les falta lo más importante, aunque tengan muchos medios económicos.

    Hoy, en este mundo de ajetreo,  materialista, es necesario pararse y preguntarse: ¿Realmente esto por lo que lucho, casi en exclusiva, me hace realmente feliz? Los medios materiales son necesarios para vivir, pero también lo son los medios espirituales. ¿Por qué no me pregunto alguna vez esto: ¿Si Dios entrara un poco más de lleno en mi vida, si yo le dejara entrar en mi vida y viviera un  poco más auténticamente mi fe, no sería más feliz y encontraría más sentido a otras ocupaciones que ahora no veo?

    + Gerardo

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