La enfermedad: el sentido de la vida (Eutanasia IV)

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    La enfermedad puede ser ocasión de plantearse el sentido de la vida. Fuerza un parón en la actividad y lleva a reflexionar sobre la propia vida; resituarse ante la nueva situación y replantearse objetivos. Es un momento de crisis interior.

    El enfermo se plantea preguntas sobre su vida y precisa ser sostenido y acompañado –especialmente por su familiares y seres queridos– para que aflore el sentido profundo de lo que está viviendo y crezca como persona que se enfrenta a una nueva situación de enfermedad. El acompañamiento espiritual y el sentido transcendente ayuda a que el enfermo encuentre referencias fundamentales para abordar la enfermedad y discapacidad.

    El miedo a morir y al modo de morir es natural, pues la muerte significa la ruptura de la felicidad a la que el ser humano está orientado naturalmente. Es natural tener miedo a una muerte dolorosa y a una vida sumida en el dolor y este miedo puede ser tan intenso que uno puede llegar a desear la muerte como medio de evitar esa penosa situación. Pero la experiencia demuestra que cuando el enfermo pide la muerte está pidiendo que se le alivien los dolores y padecimientos, tanto físicos como morales. Cuando el enfermo recibe alivio físico y consuelo psicológico y moral, la cercanía, el acompañamiento y la implicación de la familia y de sus seres queridos, y la adecuada atención médica y sociosanitaria, demuestran que deja de pedir que pongan fin a su vida.

    El enfermo se plantea preguntas sobre su vida y precisa ser sostenido y acompañado para que aflore el sentido profundo de lo que está viviendo

    A pesar de todo, hay quienes creen que una muerte dolorosa o un cuerpo muy degradado serían más indignos que una muerte rápida, producida cuando uno lo dispusiera.

    Llegado el momento supremo de la muerte podemos ayudar a que el protagonista de este trance lo afronte en las condiciones más adecuadas posibles, tanto desde el punto de vista del dolor físico como desde el punto de vista del valor moral. El afecto y la solicitud de la familia, el consuelo moral, la compañía, el calor humano, el auxilio espiritual son elementos fundamentales. La dignidad de la muerte radica en el modo de afrontarla. Por eso no se debería hablar de muerte digna sino de personas que afrontan la muerte con dignidad.

    El enfermo en situación terminal presenta unas necesidades físicas, psíquicas, espirituales, familiares y sociales.

    Las físicas derivan de las limitaciones corporales y principalmente del dolor.

    Las necesidades psíquicas. El enfermo necesita tener seguridad de la compañía de sus familiares y seres queridos que lo apoyen y no lo abandonen; necesita confiar en el equipo de profesionales que le trata, necesita amar y ser amado, tiene necesidad de ser escuchado, atendido, valorado, y considerado; lo que afianza su autonomía.

    Llegado el momento supremo de la muerte podemos ayudar a que se afronte en las condiciones más adecuadas posibles desde el punto de vista del dolor físico y desde el del valor moral

    Las necesidades espirituales son indudables. El creyente necesita a Dios, experimentar su cercanía y compañía, recibir la fortaleza y consuelo, acoger la misericordia, llenándose de esperanza y paz, por eso sería una irresponsabilidad que la asistencia religiosa no estuviera asegurada en los hospitales, siendo una dimensión fundamental de la vida de las personas.

    Las necesidades familiares y sociales son muy importantes y deben garantizar no solo el sostenimiento del enfermo sino también el soporte adecuado para la familia, para que ella pueda hacer frente al desafío que supone la enfermedad de uno de sus miembros.

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