Jesús expulsa a los cambistas y negociantes del templo

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    Pocas veces aparece Jesús en el evangelio encolerizado como en esta ocasión, cuando entra en el templo y ve a los cambistas y vendedores que han convertido la casa de Dios en una cueva de bandidos. Les derriba las mesas y, a ellos, los echa fuera del templo, porque la casa de Dios es casa para la oración, no para lo que la han convertido ellos.

    Este comportamiento de Jesús nos da pie a nosotros hoy, para hacer una reflexión sobre el significado del templo y nuestra actitud en la Iglesia cuando aprovechamos, especialmente antes de comenzar las celebraciones, para hablar con las personas que tenemos al lado, para contarles noticias o cosas que nada tienen que ver con el lugar en el que estamos, creando un clima poco propicio para la oración y, desde luego, de poco respeto a lo que la iglesia como templo significa.

    El templo, la iglesia de mi parroquia, tiene un profundo y sagrado significado, que hemos que tener presente y respetar siempre que estamos en ella.

    El templo es el lugar privilegiado de la presencia de Dios.

    En nuestras iglesias el sagrario debe ser siempre el lugar más importante y, cada vez que pasamos delante de él, debemos hacerlo con un signo y una actitud de adoración, porque en él, Cristo eucaristía está presente real y sustancialmente, porque ha querido quedarse con nosotros para que podamos acudir a Él y darle gracias por el don de su presencia sacramental en la eucaristía, o para pedirle que nos ayude en algo que necesitamos, o para desahogarnos con él, que está siempre atento a escucharnos en lo que queramos.

    El templo es el lugar privilegiado de la presencia de Dios

    Además de esta presencia real en la eucaristía, el Señor está presente en su Palabra, que se proclama en las celebraciones que vivimos en la Iglesia y a través de la cual el Señor nos habla y nos indica el camino que hemos de seguir y las actitudes que hemos de vivir como Hijos de Dios y hermanos entre nosotros. Por eso, lo que se nos pide es que le prestemos toda nuestra atención, porque es el Señor mismo quien nos habla y a su Palabra debemos prestar una total atención y veneración.

    El Señor está igualmente presente en la comunidad misma reunida. Es el Señor mismo el que nos dice «donde dos o más están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos», por eso hemos de estar con verdadero respeto al Señor y a los que están presentes y forman la comunidad cristiana, para que no les dificultemos o impidamos, rompiendo el clima que debemos crear entre todos, para que los demás y nosotros podamos hablar con el Señor y que Él nos hable y le escuchemos y entendamos.

    En esta comunidad reunida celebramos los misterios de Dios, a través de los cuales somos hechos hijos de Dios en bautismo; somos alimentados para vivir la fe en la eucaristía; somos enviados como testigos de Dios en el mundo en la confirmación; se nos perdonan nuestros pecados en el sacramento del perdón; y el Señor bendice el amor humano del hombre y de la mujer con el sacramento del matrimonio. Esto quiere decir que hemos de estar continuamente agradeciendo al Señor la gracia que nos ha regalado y nos regala siempre a través de los sacramentos que recibimos.

    Examinemos nuestras actitudes y esforcémonos por mantener el respeto y la compostura que nos pide la presencia de Dios

    La iglesia, como templo, es el lugar en el que nos reunimos para compartir nuestra fe con los hermanos que forman parte de la misma comunidad y renovar las fuerzas que necesitamos los unos de los otros en el testimonio de vida que vemos en los hermanos.

    Cuando somos conscientes del gran significado del templo como lugar de la presencia de Dios y centro de referencia de la comunidad cristiana, entonces podemos descubrir que nuestras actitudes, a veces, no se corresponden con el debido respeto que pide el gran significado del mismo, y que el Señor nos pide que tengamos, porque si lo convertimos en un lugar en el que hablamos lo mismo que si estuviéramos en la calle, tal vez también el Señor tenga bastante que recriminarnos, como a aquellos cambistas y traficantes del templo de Jerusalén.

    Examinemos nuestras actitudes y esforcémonos por mantener el respeto y la compostura que nos pide la presencia de Dios, su palabra, los misterios que en ella celebramos y de la comunidad cristiana que está presente.

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