
Llevamos varios domingos en los que Jesús en el evangelio nos está explicando lo que es el reino de Dios; y lo hace a través de comparaciones, de parecidos con realidades que todos conocemos.
Hoy nos dice que el reino de Dios se parece a un gran tesoro que encuentra alguien que está labrando en el campo. Cuando lo descubre se da cuenta del gran tesoro que es y entonces decide vender todo lo que tiene para comprar el campo para ser el propietario de dicho tesoro.
Siguiendo el mismo símil del gran valor del reino de Dios, nos dice que se parece a un comerciante en perlas finas, que un día descubre una de gran valor, entonces vende todo lo que tiene y la compra.
Cristo es el gran tesoro y la perla fina de gran valor. Quien lo encuentre no necesita nada más, todo lo demás en lo que los hombres y mujeres de este mundo se afanan por tener, no sirve ya, ha perdido su valor
Cristo es el gran tesoro y la perla fina de gran valor. Quien lo encuentre no necesita nada más, todo lo demás en lo que los hombres y mujeres de este mundo se afanan por tener, no sirve ya, han perdido su valor, porque lo único que interesa es entrar en ese reino, seguir a ese Rey que es Jesús, porque solo así, un día, entraremos en el reino de Dios para siempre.
La posesión del reino de Dios, es decir, el encuentro con el Señor y su seguimiento, debe ser la máxima aspiración del ser humano, porque para ese fin ha sido creado, para llegar a la plenitud de la vida en el reino de Dios.
Esta posesión del reino de Dios, exige tenerlo como el primero y máximo objetivo a conseguir en la vida. Por eso, cuando uno ha descubierto a Jesús, debe hacer de su descubrimiento su mayor tesoro, su perla de mayor valor, y para poseerla ciertamente se le va a exigir dejar todo lo demás, todos los atractivos del mundo, para seguir y servir al gran tesoro, a la perla de tanto valor que es Cristo y su estilo de vida.
Tanto el labrador como el comerciante en perlas venden todo lo que tienen y lo invierten en obtener el gran tesoro o la gran piedra, es decir, el reino de Dios que Cristo es y anuncia a los hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares.
Tanto el labrador como el comerciante en perlas venden todo lo que tienen y lo invierten en obtener el gran tesoro o la gran piedra, es decir, el reino de Dios que Cristo es y anuncia a los hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares
Nosotros, que conocemos ese reino, que conocemos a Jesús y su mensaje y el estilo de vida que Él nos pide que vivamos, necesariamente tenemos que decidirnos: o dejamos todo lo demás y ponemos como máximo objetivo de nuestra vida su seguimiento —el de su persona y su estilo de vida— y, para ello, se nos pide que dejemos todo lo demás, porque lo único importante y lo que nos da la plenitud de la felicidad es el seguimiento de Cristo; o no seremos escogidos al final de los tiempos, cuando el Señor elija a los buenos para darles el premio de la vida eterna.
Frente a Cristo y su Reino nadie puede quedar indiferente. O una vez que le hemos descubierto y le conocemos le elegimos a Él y vivimos su auténtico estilo de vida, que nos pide renuncia de otros atractivos mundanos, o elegimos otros caminos que no nos llevan a Dios y a la felicidad eterna, sino a la perdición y ser arrojados por Él fuera de dicho reino. Porque donde está nuestro tesoro —nuestros intereses, lo que buscamos, sobre todo— allí está nuestro corazón.
+ Gerardo
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