
Comenzamos hoy, Domingo de Ramos, nuestra semana grande, la semana grande para todos los que seguimos a Cristo. En ella celebramos los grandes misterios de nuestra redención: la muerte y la resurrección del Señor, con los que Cristo nos redimió de nuestros pecados y nos hizo partícipes de su resurrección gloriosa. Su sangre derramada por nosotros es el rescate más valioso que alguien puede dar por quien ama. Jesús mismo nos lo dijo: «Nadie tiene mayor amor que quien da la vida por sus amigos» (Jn 15, 13).
Cristo, que murió por nuestra salvación, no permaneció en la muerte, sino que resucitó glorioso y nos hizo partícipes de su resurrección, de tal manera que ese es ya para siempre nuestro destino. Si morimos con Cristo a nuestra vida caduca, mundana y de pecado, también resucitaremos con él.
Estos grandes acontecimientos de la muerte y de la resurrección del Señor son los que celebramos en la Semana Santa; una Semana Santa que, este año, vuelve a ser, de nuevo, atípica, con pandemia, con miedos e incertidumbres, pero no por eso menos Semana Santa que las de otros años, aunque nos falten las procesiones por las calles y las aglomeraciones en los templos. Siempre tenemos la oportunidad de vivir de lleno su verdadero significado, de meditar en nuestro corazón y compartir con quienes estamos viviendo el gran significado de esta semana que comenzamos.
La Semana Santa es la manifestación más importante del amor que Dios nos tiene. Cristo es enviado por el Padre para entregar su vida por amor a los hombres, y con su entrega rescatarnos del pecado ganándonos la salvación.
La celebración de la Semana Santa es la celebración por excelencia del amor de Dios a los hombres. Cristo, con su muerte, nos libra de la muerte y del pecado y con su resurrección nos resucita a la vida de Dios.
La Semana Santa es y debe ser una Semana Santa de gratitud al Señor, por tanto amor derrochado con nosotros, sin mérito alguno nuestro, solo por puro amor suyo a los hombres. Ante tan magnífico espectáculo de un Dios que se entrega por amor a la muerte, nosotros, solo podemos exclamar con nuestros labios, nuestro corazón y nuestra vida: Gracias, Señor, por tanto amor.
La Semana Santa vuelve a ser, de nuevo, atípica, con pandemia
La Semana Santa es un tiempo para guardar silencio, silencio interior y exterior, un silencio meditativo que nos ayude a interiorizar y hacer nuestras las palabras de san Pablo a los Gálatas: «Me amó y se entregó por mi» (Gal 2, 20) Un silencio para quedarnos extasiados frente a la cruz de Cristo que, clavado en ella, expira para que la vida de Dios comience a fluir en la vida de los hombres como redimidos por Él.
Semana de adoración porque el que muere en la cruz no es un condenado cualquiera, es el mismo Hijo de Dios que promete al buen ladrón que estará con él en el paraíso. Es el Hijo de Dios que estaba en el paraíso y ha bajado a la tierra para hacerse uno de nosotros, para que nosotros lleguemos a ser hijos de Dios. Es el Hijo de Dios que merece nuestra adoración por ser nuestro Dios y Señor, por eso cuando en estos días lo contemplemos pendiendo de la cruz por nuestra salvación tenemos que decirle de corazón: «Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, que por tu santa cruz redimiste al mundo».
Semana de reconciliación con Dios y con los hermanos. El perdón que Cristo nos ha ganado con su muerte se hace realidad y podemos experimentarlo en el perdón que Él nos ofrece en el sacramento del perdón y de la reconciliación.
La Semana Santa es un tiempo para guardar silencio interior y exterior
Así de profundo es el significado de los acontecimientos salvíficos que celebramos en cada Semana Santa. Y así hemos de vivirlos en nuestro corazón, siendo testigos de este gran significado para los que tenemos cerca de nosotros este año que, sobre todo, van a ser nuestros familiares más próximos.
Que el Dios del amor, que se entregó a la muerte por nosotros y resucitó para hacernos participes de la vida para siempre con su resurrección, nos ayude a vivir esta Semana Santa con esas actitudes tan importantes, porque lo que celebramos son los misterios más importantes de nuestra redención.
+ Gerardo
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