
Comenzamos en este domingo el tiempo litúrgico del Adviento.
El Adviento es el tiempo de la espera de la acción divina, la espera del gesto de Dios que viene hacia nosotros y que reclama nuestra acogida desde la fe y el amor.
Nuestra espera en el Adviento no es la espera de los hombres y mujeres de la Antigua Alianza, que no habían recibido aún al Salvador; nosotros ya hemos conocido su venida hace dos mil diecisiete años en Belén. La venida histórica del Señor Jesús en la humildad de nuestra carne, deja en nosotros el anhelo de una venida más plena. Por eso el Adviento celebra una triple venida del Señor:
1. La venida histórica en nuestra carne, naciendo de la Virgen María.
2. La venida que se da en nuestra existencia personal, iniciada por el bautismo y continuada en los sacramentos, especialmente en la eucaristía, donde está real y sustancialmente presente; en los sucesos de cada día, en los acontecimientos de la historia, la cual pide nuestra acogida desde la fe y nuestra cooperación activa desde nuestra libertad.
3. Y la venida definitiva o escatológica, al final de los tiempos, cuando el Señor Jesús instaure definitivamente el Reino de Dios.
Estas tres venidas celebramos en el Adviento gradualmente y así van apareciendo en las lecturas de la Palabra de Dios en la Eucaristía.
• Los primeros días la atención de palabra de Dios se dirige hacia la venida definitiva al final de los tiempos, con la llamada a la vigilancia para estar bien dispuestos.
• Luego nos centramos más en la venida cotidiana, a la que somos invitados por los profetas y por Juan el Bautista a preparar nuestros corazones y viviendo nuestra vida desde las actitudes que nos pide la fe.
• Y, a partir del día 17 de diciembre, se nos invita de lleno a preparar la solemnidad de la Navidad, a conmemorar el nacimiento del Señor Jesús en Belén, su primera venida.
El Adviento no es solo la espera de un acontecimiento, es sobre todo la espera de una persona. Es la espera de un Dios que irrumpe en la historia de la humanidad por amor, para ofrecernos la salvación por Jesucristo, que se hace uno de nosotros para que nosotros lleguemos a ser hijos de Dios, y que nos da la oportunidad de poseer un día la plena, definitiva y eterna salvación si permanecemos en vela, si nos mantenemos fieles viviendo en el amor, mientras esperamos su vuelta definitiva.
Es, por tanto, una espera activa, fecunda, de respuesta de amor al amor de Dios, de compromiso en la tarea de renovar el mundo con la ayuda de Dios, logrando hacer de él un cielo nuevo y una tierra nueva en la que habita la justicia, en espera de la salvación plena y definitiva, cuando Cristo entregue al Padre su reino eterno y universal (cfr. 2 Cor 5, 2; 2P 3, 13).
El Adviento es, pues, un tiempo muy importante para renovar nuestra fe, para vivir nuestro compromiso de transformar nuestra vida y nuestro mundo según el plan de Dios, de mantenernos en vigilancia activa, porque este Dios que se acerca a nosotros, que se hace uno de nosotros, volverá lleno de gloria y majestad y ha de encontrarnos firmes en la fe, trabajando por la extensión de su Reino y sembrando en el corazón del mundo y de todos los hombres el amor que Él vino a implantar en la tierra.
Vivamos este tiempo de esperanza preparando nuestra vida para acoger al Señor, que ya ha venido, pero tal vez aún no lo hemos recibido, y preparando nuestra vida viviendo el estilo que Él nos ha traído; para que, el Señor, cuando venga, nos encuentre en vela y con las lámparas encendidas de la fe y de la esperanza en Él.
+ Gerardo
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