La comunicación es algo esencial e imprescindible en toda convivencia. La no comunicación o la comunicación defectuosa suele traer muchos problemas. En la deficiente comunicación que practican muchos matrimonios actuales radica la causa principal de la falta de entendimiento y de las rupturas matrimoniales.
Las relaciones familiares se deterioran al no saber decirse las cosas con amor y comprensión; al no saber el uno interpretar lo que el otro le quiere comunicar; al tratar de cambiar al otro para que la realidad responda a mis expectativas; al asumir actitudes defensivas cuando se sienten atacados en su intimidad; al no sentirse aceptados por ser como son, y al no sentir el estímulo para asumir verdaderamente y con plena libertad la mejora personal.
La comunicación, antes que todo, es una actitud de apertura al otro, que implica disponibilidad generosa para compartir, es decir para dar y recibir.
Sin embargo, la comunicación no es fácil. La comunicación es un arte que se debe practicar continuamente para desarrollarlo en toda su plenitud y para sacar el mejor provecho de él. Si el deportista debe entrenar continuamente para mantenerse en forma, y el pianista debe practicar horas y horas para mantener las manos ágiles en el manejo del teclado, así también nosotros, como seres humanos, necesitamos practicar al máximo y mejorar cada día la calidad de nuestra comunicación.
Y hablamos de calidad cuando nos referimos a que estamos llamados a compartir con la persona que amamos no solamente las cosas que hacemos durante el día y lo que hemos aprendido, sino ir más al fondo de nosotros mismos.
En días pasados conversaba con unos esposos que llevan treinta y siete años casados, unidos, felices y realizados con su matrimonio. Les preguntaba lo que consideraban ellos que les había ayudado a mantenerse unidos y aún enamorados y respondieron: «Desde que nos casamos todos los días procuramos sacar un tiempo para los dos. Nos sentamos por unos minutos el uno frente al otro y abrimos nuestro corazón. Compartimos no solo los pormenores del día, sino también nuestras angustias, temores, sueños, ideas, pensamientos e ilusiones; y hemos aprendido a conocernos y a aceptarnos. Más aún, hemos aprendido a escucharnos y nos sentimos personas valiosas porque lo que decimos es siempre importante para el otro, aunque sea la cosa más tonta; hasta cuando callamos».
Esto nos ayudó a comprender que verdaderamente el que ama sabe escuchar, inclusive el silencio del otro. Porque este también forma parte de la comunicación.
Un oído abierto es el único signo fidedigno de un corazón abierto. Escuchar es el 90% de una buena comunicación porque todos necesitamos desesperadamente que nos escuchen.
Así es como nos sentimos valiosos e importantes. Porque, ¿qué sería de nosotros si hablamos y hablamos y nadie se interesa por lo que decimos?
La comunicación es el lazo de unión entre las personas, disuelve las barreras, favorece la comprensión recíproca, facilita la solución de los conflictos y contribuye a prevenirlos; posibilita la cooperación para el logro del bien de los dos y hace que la convivencia no solo sea tolerable sino agradable y no solo agradable sino también fructífera y enriquecedora.
Se puede, entonces, lograr la unidad en el matrimonio, siempre y cuando exista una buena comunicación entre los cónyuges.
La comunicación es la acción de compartir, de dar al otro algo de nosotros mismos. Y dentro del matrimonio es dar lo mejor que poseemos: ¡nosotros mismos!, y recibir en nuestro corazón a esa persona maravillosa con la cual un día decidimos, en plena libertad, unir nuestras vidas para siempre.
Es este el momento de hacer una llamada a todos los matrimonios de hoy, y a quienes están preparándose para casarse: que aprendan a comunicarse. La incomunicación mata el amor. La comunicación es necesaria para mantener vivo el amor de los esposos.
+ Gerardo
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