En el evangelio de hoy Jesucristo se muestra ante sus discípulos predilectos: Pedro, Santiago y Juan, en todo el esplendor de su gloria. Aquellos discípulos la contemplan y quedan totalmente admirados y fortalecidos.
¿Por qué Cristo quiso mostrar su gloria a sus discípulos? El Señor les había ido instruyendo por el camino sobre lo que le iba a suceder: «Mirad que subimos a Jerusalén, y se cumplirá todo lo que los profetas escribieron sobre el Hijo del hombre; será entregado a los gentiles, y será objeto de burlas, insultado y escupido; y después de azotarle le matarán, y al tercer día resucitará». Ellos nada de esto comprendieron; estas palabras les quedaban ocultas y no entendían lo que decía. (Lc 18, 31-34).
Esta es la razón por la cual Cristo creyó necesario mostrar a sus discípulos su gloria en todo su esplendor. Los discípulos, ante el anuncio de todo lo que le esperaba, habían quedado desanimados, sin fuerza, deprimidos, sin entender nada de lo que Jesús les anunciaba. Por eso, ante unos discípulos así de decaídos y de deprimidos, Jesús cree necesario inyectarles una fuerte dosis de ánimo, mostrándoles la gloria que les espera si perseveran hasta el final. Este episodio que contemplamos en el evangelio de este domingo, tiene plena actualidad para nosotros hoy.
Hoy existen muchos cristianos que se sienten decaídos, sin fuerza y deprimidos, ante un mundo tan adverso a la fe como les ha tocado vivir y sienten, a veces, la tentación de hacerse ellos también unos de tantos de este mundo; unos de tantos que solo valoran lo material, el pasarlo bien a costa de lo que sea, el no preocuparse ni mucho, ni poco, ni nada por su fe y vivir como si Dios no existiera; porque así se complicarían menos la vida ahora, igual que hacen cuantos son ajenos a todo lo que significa Dios, la fe y el seguimiento de Jesucristo.
Es necesario, cuando podamos sentirnos desanimados y nos resulte duro seguir al Señor, que nos demos cuenta de que los que se olvidan de Dios, los que viven al margen de su evangelio y de su vida, no son verdaderamente felices; que la felicidad que percibimos en los que son indiferentes y viven al margen de Dios es solo una felicidad aparente y totalmente efímera, por dentro se sienten vacíos y no encuentran sentido a tantas cosas como tienen que vivir porque las viven sin la luz de la fe.
Es necesario tener muy claro y estar plenamente convencidos de que un planteamiento sincero de fe, lleva necesariamente a decir «no» a determinadas actitudes y formas de vida, así como a abrazar cuanto exige la vivencia auténtica de esa fe.
Para ser un verdadero discípulo y seguidor de Cristo es necesario convencernos de que no podemos ser unos más del montón; unos más de los que está el mundo lleno; unos más de los que no creen y se convencen de que no necesitan a Dios.
Es necesario seguir poniendo de nuestra parte cuanto sea necesario para actualizar nuestra fe y vivir de acuerdo con sus exigencias, porque solo así, conservando nuestra fidelidad, vamos a poder contemplar como aquellos discípulos predilectos de Jesús, la gloria que les espera, esa gloria, de la que san Pablo hablaba a los Corintios y les decía: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, la gloria que Dios tiene preparada para los que le aman» (1 Cor 2, 10).
Que Cristo, que con su transfiguración animó la fe de sus discípulos, anime también la nuestra para que sigamos viviéndola en toda su exigencia, poniendo lo mejor de nosotros mismos para lograrlo, para que perseverando hasta el final, a pesar de las dificultades que sintamos, merezcamos recibir la gloria que Cristo nos tiene preparada.
+ Gerardo
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