Un Dios de perdón

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    Cristo, cuando viene al mundo, trae como misión principal ofrecer a todos la salvación, ofreciéndonos precisamente la verdadera imagen de Dios como un Padre misericordioso, que es capaz de compadecerse de nuestras faltas y debilidad y ofrecernos siempre su perdón.

    Hay personas que se consideran muy pecadoras y piensan que Dios no puede perdonarlas. No es verdad. Por muchos que sean nuestros pecados, es mucho mayor la misericordia de Dios.

    Cuando pensamos que Dios no puede perdonarnos tantos pecados como hemos cometido, estamos pensando en un Dios al estilo humano, que nos cuesta perdonar, que guardamos rencor, y que acechamos al que nos ha ofendido para ver dónde y en qué lo podemos coger para justificar nuestra falta de perdón o nuestro rencor.

    Dios es, ante todo y sobre todo, un padre que perdona, siempre que nosotros le pidamos perdón y reconozcamos nuestro pecado. Nuestro Dios no es un Dios que guarda rencor, sino un Padre bueno y misericordioso que se compadece de nosotros y de nuestros pecados y nos ofrece continuamente su perdón.
    Jesús nos explica la bondad y misericordia de Dios a través de parábolas, ejemplos, para que nosotros lo entendamos.

    Nos habla de un padre que tenía dos hijos y, uno de ellos, se aleja de él y gasta todo lo que tiene de su herencia llevando una vida disoluta. Cuando vuelve el Padre lo abraza y se alegra mucho porque estaba muerto y ha resucitado, estaba perdido y lo ha encontrado.

    Nos habla, también, como en el evangelio de hoy, de lo que haríamos cualquiera si tiene cien ovejas y una que se pierde. Sale a buscarla y, cuando la encuentra, no le da una paliza, sino que la toma sobre sus hombros y la lleva al rebaño, donde estaban las noventa y nueve.

    Nos habla de una mujer a la que se le pierde una moneda y la busca, y cuando la encuentra se llena de alegría y esa alegría la comunica a las vecinas y amigas y les invita a alegrarse con ella, porque la había encontrado.

    Dios es un padre que perdona, siempre que nosotros le pidamos perdón y reconozcamos nuestro pecado

    En todas las parábolas llamadas Parábolas de la misericordia, Cristo nos hace caer en la cuenta de la realidad de la misericordia y del perdón de Dios. En todas ellas hay unos ingredientes que reflejan la situación del pecador y la actitud de Dios con cada persona que peca.

    El pecado nos separa de Dios: como el hijo que se va, o la oveja que se extravía y se pierde. Nosotros libremente hemos elegido un camino por el que nos perdemos, perdemos nuestra amistad con Él.

    El padre, el propietario de la oveja y la mujer, representan la actitud de Dios con nosotros: cuando volvemos, nos recibe con los brazos abiertos y nos abraza, nos carga sobre los hombros y nos mima y siempre, se siente muy alegre de la vuelta del hijo, de haber encontrado la oveja o la moneda.

    Nuestro Dios es el mejor de los padres, que perdona mil veces a sus hijos, siempre y mil veces, siempre nos vuelve a dar la oportunidad de restañar su amor

    Este es el mensaje principal que Cristo nos trae: nuestro Dios es el mejor de los padres, que perdona mil veces a sus hijos, siempre y mil veces, siempre nos vuelve a dar la oportunidad de restañar su amor y su amistad en nosotros.

    Solo tenemos que volver, dejarnos encontrar y encontrarnos nosotros con él. A pesar de nuestros pecados, nos sigue amando; nos espera; nos busca y se alegra mucho cuando hemos estado separados de Él, nos hemos ido por otro camino y volvemos arrepentidos.

    El conocimiento de la misericordia de Dios nos debe animar a tener dos actitudes importantes con Él: la confianza, porque sabemos que él nos espera, para acercarnos y volver, a pesar de que nuestra vida haya sido la que haya sido; y por otra parte, ante tanto amor misericordioso suyo, hemos de esforzarnos y poner lo que esté de nuestra parte para mantenernos en el amor que Dios nos da.

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