Con la pandemia y la consiguiente situación de crisis económica y social, van apareciendo ante nosotros los nuevos rostros de la pobreza. Una crisis que llena de sufrimientos a nuestro pueblo y que afecta cada día a sectores más amplios y cercanos, que no remite en intensidad y que aumenta los índices de pobreza.
Los alarmantes índices del desempleo, el creciente número de pequeñas y de no tan pequeñas empresas en quiebra, que un día bajaron la persiana y no han vuelto a poder levantarla, el aumento de familias con dificultades especiales para pagar sus hipotecas, e incluso para poder vivir dignamente, como nos lo demuestra el aumento cada día mayor de las colas del hambre etc., nos hace sentir muy cerca de nosotros, en nuestras propias familias, en nosotros mismos, el dolor humano en toda su crudeza y las necesidades de nuestros hermanos.
Cáritas ha sentido este peso de las nuevas pobrezas que ha generado la pandemia y la consiguiente crisis económica y social y ha tratado de dar respuesta, hasta donde está en sus manos, teniendo que manifestar cada día que se ha notado y sigue notándose el notable aumento, cada día que pasa, de peticiones de ayuda de personas y de familias que en otros tiempos vivían dignamente y que hoy no les llega ni para comer y poder responder a las necesidades más importantes.
Además de estas pobrezas materiales, fruto y consecuencia de la crisis económica habida en los últimos años, percibimos también una pobreza más importante: la espiritual, que subyace entre las otras materiales: es la crisis de valores y actitudes, es la crisis de valores morales, la crisis de la dignidad del ser humano. Porque la persona ha dejado de ser el centro de la vida social, y el dinero y lo material se han convertido, no en un medio al servicio de la persona, sino en el supremo valor por el que se lucha y en un fin en sí mismo.
Detrás de la crisis financiera asoma el fracaso de esta sociedad del bienestar y de un modelo de desarrollo que no ha logrado disminuir las desigualdades ni reducir la pobreza, sino todo lo contrario.
Van apareciendo ante nosotros nuevos rostros de la pobreza
Esta situación y la ramificación espiritual de sus causas nos hace una llamada a todos, no solo a la responsabilidad de la comunicación cristiana de bienes, sino también a la necesidad de una conversión personal y comunitaria, a recuperar los valores perdidos, porque una sociedad sin valores es una sociedad enfilada al fracaso, mientras que «una sociedad con valores es una sociedad con futuro».
Esta invitación a fundamentar nuestra convivencia en los valores de la comunión y la participación solidaria adquiere una particular relevancia en la fiesta del Corpus Christi, porque la eucaristía es el sacramento de la comunión. Y porque todos formamos un solo cuerpo en el Señor, todos estamos llamados a cooperar para el bien común, compartiendo nuestros bienes con los hermanos que pasan necesidad para que dejen de pasarla.
La eucaristía es el gran sacramento del amor, que pide a cuantos participamos en él un compromiso a favor de los pobres y necesitados de nuestra sociedad. El papa Benedicto XVI, en el n.º 1 de su exhortación apostólica
Sacramentum Caritatis dice que la eucaristía «es el don que Jesús hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios para cada hombre». La unión con Cristo en la eucaristía es unión con todos los demás a los que él se entrega. El Catecismo de la Iglesia Católica abunda en la misma insistencia: «Para recibir en la verdad el cuerpo y la sangre de Cristo entregados por nosotros, debemos reconocer a Cristo en los más pobres, nuestros hermanos».
La eucaristía es el gran sacramento del amor
Aprovechemos el momento presente en el que el dolor humano se hace patente en muchos hermanos nuestros para dejar fluir en nosotros la corriente de la solidaridad cristiana, impulsados por la comunión con el cuerpo del Señor, que nos pide comunión con todos los hermanos necesitados, comunión que debemos concretar en nuestro compartir con los miembros de un mismo cuerpo de Cristo.
Vivamos esta festividad del Corpus Christi trayendo ante Él y ante nuestra conciencia de creyentes a todas esas personas que están sufriendo, a todas esas familias que nos necesitan. Comprometámonos en la recuperación de esa sociedad en la que luzcan los valores del amor y la solidaridad y, juntos todos, luchemos para que ningún hermano pase necesidad, traduciendo nuestra lucha en gestos de generosidad para con ellos, compartiendo nuestros bienes y siendo creadores de valores fundamentales en nuestra sociedad y en nuestra vida.
+ Gerardo
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