
El testimonio de a alegría es especialmente hoy necesario en este mundo en crisis de valores, que está angustiado por tantas cosas.
Nuestro mundo es un mundo triste. El paro produce angustia y tristeza en el corazón y en la vida de tantas personas que carecen de un trabajo que dignifique sus vidas y les proporcione los recursos necesarios para vivir.
La corrupción, que aparece como un fenómeno generalizado en los estamentos con poder, sean estos de la clase que sean, ha ido creando un ambiente de desconfianza, de rabia y repulsa, que no produce precisamente alegría, sino tristeza y desilusión.
La proliferación de las rupturas matrimoniales y familiares, llena de amargura el corazón de tantas personas, que las sufren en sus propias carnes, produciendo soledad, desesperanza y odio.
Situaciones y situaciones que están al día hoy y que han ido creando un mundo y un ambiente lleno de tristeza, de egoísmo, de soledad, de discordia y de insatisfacción entre los seres humanos.
Lo único que puede vencer esa insatisfacción del hombre actual es precisamente el testimonio, tanto personal como comunitario, de alegría y esperanza oxigenantes, fundado en la fe en Cristo, liberador, vivo y presente entre los hombres que sufren por cualquier motivo.
Es el testimonio de alegría de los creyentes el que debe suscitar en los demás la pregunta y el interrogante ¿Qué secreta esperanza alegra la vida de esta persona o de este grupo de creyentes?
La respuesta a todos estos interrogantes es que es la fe en Cristo, el origen y la motivación de dicha alegría. Seguir a Cristo produce alegría, da sentido a todo cuanto nos sucede en la vida y es la respuesta a los interrogantes más profundos del hombres.
San Pablo, en la segunda lectura de este domingo, invita a los cristianos de Tesalónica a estar siempre alegres. Invitación que tenemos que recoger cada uno de nosotros, como cristianos de hoy.
Debemos estar alegres y ser testigos de la alegría que sentimos siendo seguidores de Cristo, porque el seguimiento del Señor llena de alegría, de paz y de sentido a la vida del hombre.
Dice el papa Francisco en la Exhortación Apostólica “Evangelli Gaudium”, en su primer párrafo: «La alegría del evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con el Señor. Quienes se dejan salvar por Él, son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Cristo siempre nace y renace la alegría» (EG 1).
El cristiano debe vivir su vida de fe con verdadera alegría. Es la alegría que surge de la conciencia y de la seguridad que el seguidor de Jesús tiene del amor y del perdón de Dios. Fe y tristeza son dos polos opuestos que no pueden darse en el cristiano. El cristiano debe ser una persona alegre, porque por encima de sus fallos siente en él el amor y el perdón de Dios.
La fe que produce la alegría y brota del encuentro con Jesucristo, nos impulsa a comunicarla a los demás y, al comunicarla a los demás, esta alegría se renueva en nosotros, es la alegría de la evangelización, de la entrega a los demás y de la comunicación de la Buena Noticia de Jesús.
Los cristianos a veces caemos en la tristeza porque nos dejamos dominar por la mundanidad y nuestras actitudes son más mundanas que evangélicas; pero cuando vivimos desde el evangelio y con nuestra palabra y nuestro testimonio comunicamos a los demás la Buena Noticia de Jesús, aunque lo hagamos con dolor y sufrimiento, nos sentimos realmente contentos y alegres.
El Señor está cerca. Quiere en esta Navidad nacer de verdad en el corazón y en la vida de cada uno de nosotros, preparemos nuestra casa y nuestro corazón, y dejemos que Él se encarne dentro de nosotros. Nuestra alegría será plena.
+ Gerardo
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