Alegrate llena de gracia. Estas palabras del ángel a la Virgen María nos dan el sentido profundo de la solemnidad que hoy celebramos.
Ella es la Inmaculada, la sin mancha, la llena de gracia. Era necesario que ella estuviese totalmente poseída por la gracia de Dios para responder adecuadamente al plan de Dios sobre ella.
El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, decidió elegir otros caminos distintos de los que Dios le marcaba y sufre una herida de incalculables consecuencias. Por eso, siente miedo, experimenta la desnudez y el desamparo, su concepto de Dios se oscurece y corre a esconderse lejos de su mirada.
El pecado introduce la desobediencia, el desorden y la pérdida de la armonía original, la armonía del principio, pero no cancela el plan amoroso de Dios. Dios decide rescatar al hombre de su desobediencia con la sobreabundancia de amor. Para ello traza su plan salvífico, para devolver al hombre lo que ha perdido con el pecado.
El primer fruto excelente de este plan salvífico de Dios sobre los hombres es María. Ella en previsión de los méritos de Cristo, fue preservada de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción. María aparece como la primicia de la salvación; como la estrella de la mañana que anuncia a Cristo; como la primera criatura surgida del poder redentor de Cristo.
El plan salvífico del Padre de enviar a su Hijo a la humanidad exigía, para la mujer destinada a llevarlo en su seno, una perfecta santidad, que fuese reflejo de la santidad divina. «Purísima había de ser, la que trajera al mundo al Cordero inmaculado que quita el pecado del mundo», rezaremos en el prefacio de esta Eucaristía.
En el interior del hombre, por ser criatura herida por el pecado, se combaten dos fuerzas antagónicas: el bien y el mal. Por eso, la vida humana y cristiana se revela como una lucha contra el mal. Una lucha en la que Dios está de parte del hombre y en la que el hombre debe elegir libremente la parte de Dios.
La celebración de la solemnidad de la Inmaculada Concepción nos hace a todos los seres humanos una llamada importante a que cuidemos y cultivemos la vida de la gracia en nosotros. Al contemplar a María Inmaculada apreciamos la belleza sin par de la criatura sin pecado y experimentamos la invitación de Dios para que, aunque heridos por el pecado original, vivamos en gracia, luchemos contra el pecado, contra el demonio y sus acechanzas.
Para vivir en gracia es necesario: orar y vigilar. La vigilancia es necesaria porque el enemigo, el diablo, ronda alrededor de nuestra vida a través del mismo ser del hombre, a través del ambiente reinante en nuestra sociedad, a través del laicismo y la descristianización, buscando a quien devorar, y hemos de resistirle firmes en la fe .
La oración nos da la fuerza que viene de Dios para luchar contra el poder del enemigo. Necesitamos estar fuertes para vencer las asechanzas que continuamente nos rodean.
La belleza purísima de la Inmaculada, de la sin mancha, debe ser para nosotros un reto y una llamada a vivir nuestra vida cristiana en toda su plenitud, haciendo que en nuestra vida no reine el pecado, sino la gracia del Señor.
Es la lucha entre el bien y el mal, de la cual siempre saldremos victoriosos si dejamos que la gracia de Dios actúe en nosotros.
Que María, la llena de gracia, nos ayude a vivir así nuestra vida y nuestra fe, para que la salvación que Cristo nos ganó con su muerte y resurrección sea una realidad que ya vivimos en nuestra vida, y que poseeremos plenamente cuando el Señor nos dé a poseer plenamente el Reino eterno.
¡Feliz Solemnidad de la Inmaculada!
+ Gerardo
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