Estamos terminando un nuevo curso que comenzábamos en septiembre de 2020, lleno de dudas, incertidumbres y dificultades por causa de pandemia, que nos afectaba a toda nuestra acción pastoral.
Ha sido un curso que nos habíamos trazado como objetivo y programa del mismo, el cultivo del tema de la vocación, y especialmente de la vocación sacerdotal, por varias razones: porque considerábamos que es un tema importante para toda persona y que no siempre se cuida con verdadero esmero, y la vocación sacerdotal porque es necesario que todos, como creyentes, familias cristianas, sacerdotes y comunidades cristinas, asumamos este cuidado y cultivo vocacional sacerdotal como algo propio y del que nadie se puede sentir ajeno al mismo, porque todos los creyentes, las familias y las comunidades cristianas necesitan y quieren tener un sacerdote que les anime y ayude a vivir su vida cristiana.
Aún no damos dado por terminado el curso ni el logro de sus objetivos. Por ello, desde aquí quiero, una vez más, seguir insistiendo en que es necesario que el tema de las vocaciones y, especialmente de las vocaciones sacerdotales y religiosas, sea algo que preocupe a todos: a las comunidades parroquiales, a las familias, a los sacerdotes, a los jóvenes, y, en definitiva, a toda la diócesis.
Esta quiere ser una nueva llamada para este curso que termina. Tenemos muchas necesidades pastorales que hemos de recuperar y que han quedado sin cumplir a causa de la pandemia, es verdad, pero el tema de la vocación sacerdotal y a la vida religiosa no es algo que haya surgido con la pandemia, venimos arrastrándolo desde hace varios años en toda la Iglesia y en la iglesia que peregrina en Ciudad Real igualmente.
Esta necesidad se va agudizando y ya no sirve vivir de las rentas, porque las rentas se van consumiendo y el Seminario cada vez lo tenemos con más necesidad de alumnos, tanto menores, como teólogos, porque de seguir por el camino que hemos emprendido en los últimos años, no estamos lejos de vernos pronto con el Seminario como un recuerdo y con muy poca realidad que ya empieza a producirse.
Lo que tenemos que hacer lo sabemos, pero tal vez no estamos dando toda la importancia que tiene cada uno de los aspectos desde los que cuidar y cultivar las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.
Es verdad que el que tiene que suscitar las vocaciones es el Señor. Sabemos que es muy importante rezar para que el dueño de la mies siga suscitando obreros para la mies. Es el mismo Cristo quien nos lo dice: «Rogad, pues, al dueño de la mies, para que envíe obreros a su mies» (Mt 9, 38).
Quiero seguir insistiendo en que es necesario que el tema de las vocaciones, y especialmente de las vocaciones sacerdotales y religiosas, sea algo que preocupe a todos
Seguro que, durante este curso, alguna vez al menos, todos hemos rezado por las vocaciones y, quienes no lo hayan hecho, están a tiempo de hacerlo, porque eso es muy importante y necesario. Hemos de pedir al dueño de la mies que envíe obreros a su mies, que suscite personas que quieran empeñar su vida al servicio de la evangelización y del anuncio de Jesucristo a los demás, y que lleven el mensaje salvador al corazón del mundo, como decía san Juan Pablo II.
Aunque la oración por las vocaciones sigue siendo lo más importante para que el Señor siga llamando a jóvenes o menos jóvenes que quieran entregar su vida al servicio del Reino de Dios; quiero hacer, una vez más, una nueva llamada a las familias cristianas, que siempre han sido los verdaderos semilleros, desde los que han brotado y crecido las vocaciones sacerdotales, porque veían en los padres la ilusión que tenían por tener un hijo sacerdote.
Nueva llamada también a los sacerdotes, que debemos seguir esmerándonos por ser con nuestra vida unos auténticos modelos que pueda admirar cualquier joven porque nos ven felices a nosotros, de ser lo que somos y viviendo nuestra vocación sacerdotal.
Debemos ser los sacerdotes quienes también hagamos la oferta ilusionada a algunos jóvenes que veamos en las parroquias y que puedan ser felices también siendo sacerdotes
Además de nuestro ejemplo, que es muy importante, debemos ser los sacerdotes quienes también hagamos la oferta ilusionada a algunos jóvenes que veamos en las parroquias y que puedan ser felices también siendo sacerdotes, para que puedan plantearse esta vocación como la mejor forma de servir a Dios y a los hermanos y ser felices en ello.
Llamada también a las comunidades cristianas, que deben valorar la labor de los sacerdotes y la necesidad de estos para el crecimiento y maduración de la fe. Que deben animar a personas de las mismas comunidades a que se planteen esta posibilidad y descubran el gran bien que pueden hacer desde la misma.
Que el Señor nos conceda las vocaciones que necesitamos, pero que también nosotros, todos, busquemos, animemos y ayudemos a que los que Dios llama, porque Dios sigue llamando, le respondan con generosidad.
+ Gerardo
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