A través de todo el año recorremos meses muy significativos para los cristianos: el mes de mayo es un mes dedicado principalmente a tener presente a María como modelo de fe y de respuesta generosa a lo que Dios le pidió en cada momento; el mes de octubre es el mes en el que honramos a María con el rezo del rosario, porque es el mes del rosario; y el mes de junio es el mes del amor del Corazón de Jesús, el corazón como centro de la persona y centro del amor, porque lo que celebramos y se nos invita en este mes es a meditar en el gran amor de Cristo. El mes del Corazón de Jesús es el mes del amor de Cristo.
La vida y el mensaje que Cristo vivió y nos transmitió con su palabra y con su vida es su gran amor. Es como el resumen de todo lo que es y significa la vida cristiana resumido en los dos mandamientos fundamentales, el amor a Dios sobre todas las cosas y el amor al prójimo como mandamiento nuevo de Cristo, de amarnos unos a otros como Él nos ha amado.
Cristo, enviado por el Padre a este mundo, no hizo sino cumplir a la perfección la misión que este le había encomendado: transmitir a los seres humanos el gran amor de Dios para con todos y cada uno de ellos. Mostrarnos el verdadero y auténtico rostro de Dios, que es el rostro de Padre bueno y misericordioso capaz de compadecerse de nuestros pecados y de nuestras miserias, que nos perdona y nos quiere, por encima y a pesar de todas nuestras negligencias y debilidades.
El Hijo de Dios, en su recorrido por este mundo, no hizo sino mostrar con su vida y sus actitudes este mismo amor misericordioso del Padre. Jesús entrega su vida por amor, en primer lugar a los planes de Dios sobre él, porque así lo ha querido su Padre, que lo «envía al mundo no para condenar al mundo sino para que el mundo se salve por Él».
Toda su relación con los pecadores, los pobres, los marginados de la sociedad, fue siempre una relación de amor misericordioso hacia ellos. Las parábolas con las que explica a sus discípulos y a la gente la identidad misericordiosa del Padre Dios, —el hijo pródigo y el Padre bueno, la oveja perdida, la moneda perdida,etc.— no son sino ejemplos de la misericordia de Dios que ama, se compadece y perdona.
El amor del corazón de Cristo en todo momento es un amor misericordioso como el del Padre.
Este amor es el que celebramos y aprendemos cuando nos acercamos al corazón de Cristo, cuya vida y ejemplo nos anima y nos pide que lo mismo que Él nos ama a pesar de nuestras debilidades y pecados, también nosotros debemos saber perdonar y amar a los que nos ofenden.
El amor a los demás es otro de los aspectos importantes del amor que descubrimos en el corazón de Cristo. Él nos amó hasta el final, hasta entregar su vida por nosotros y es Él mismo el que nos dice: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros» (Jn 13, 34-35).
Miremos al corazón de Cristo, fijemos en Él nuestra mirada e imitémoslo amando al Padre y a los hermanos
Jesús, como siempre y en todo, nos pide a nosotros lo que él nos ha enseñado y lo ha hecho, no solo con su doctrina y su palabra, sino con su ejemplo. Por eso nos dice: «Como yo os he amado». Su vida es el modelo desde el que tenemos que amar nosotros también a Dios y a los hermanos.
Él amó hasta entregar su vida por amor: por amor al Padre, que le había encomendado ofrecer a los hombres la salvación, aunque para ello tuviera que entregar su vida y por nosotros y por amor a los hombres porque Él nos amó hasta el final, porque «nadie tiene mayor amor que quien da la vida por sus amigos» (Jn. 15, 13).
En la contemplación del corazón de Jesús encontramos el auténtico modelo de amor para nosotros. También nosotros tenemos que amar a Dios sobre todas las cosas. Cristo nos da una lección como nadie, Él vivió desde Dios y para Dios; la voluntad del Padre fue siempre lo primero.
También a nosotros el mismo Cristo nos dejó el mandamiento nuevo de amarnos los unos a los otros como él nos amó, como distintivo de nuestra identidad de seguidores y discípulos suyos: «En esto conocerán que sois discípulos míos, si os amáis unos a otros» (Jn 13, 35).
Miremos al corazón de Cristo, fijemos en Él nuestra mirada e imitémoslo amando al Padre y a los hermanos. Si lo imitamos a Él estaremos viviendo plenamente nuestra vida e identidad cristianas.
+ Gerardo
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