La petición de la eutanasia por parte de los enfermos que sufren consta desde los mismos orígenes de la Medicina. Ya en el Juramento Hipocrático figura el rechazo explícito a practicarla. Sin embargo, ha sido en el último siglo cuando se ha promovido más por asociaciones y movimientos que piden su legalización y gobiernos que aceptan la presión que ejercen estos movimientos o la fomentan institucionalmente.
La aceptación de la eutanasia y el suicidio asistido no es un signo de civilización, sino todo lo contrario. La dignidad de la persona humana está en el hecho de ser humana, con independencia de cualquier otra circunstancia como raza, sexo, religión, salud, habilidad manual, capacidad mental o económica. Esta visión sí significa un progreso cualitativo importantísimo.
Con la eutanasia se elimina la vida de quien sufre para que deje de sufrir y resulta una contradicción defender la eutanasia en un momento como el actual en el que la medicina ofrece alternativas como nunca hasta ahora para tratar y cuidar a los enfermos en la última fase de la vida.
Las profesiones sanitarias tienen un fundamento ético que es la dignidad de todas y cada una de las personas.
Entre el enfermo y el médico se establece un encuentro interpersonal y cuando el enfermo se ha encontrado con el médico, a éste se le exige el respeto del paciente, el reconocimiento de su dignidad, y la ayuda para luchar contra la enfermedad y recuperar la salud del enfermo.
El enfermo es alguien que no puede valerse plenamente por sí mismo (infirmus= no firme); es decir, que tiene dificultades para poder desarrollar su vida diaria debido a su enfermedad. La Medicina investiga para conocer las causas de la enfermedad, para poner el remedio oportuno y que el enfermo, tras el tratamiento oportuno, pueda realizar de nuevo su actividad normal.
Se piensa que el objetivo de la medicina no siempre es curar. Hay ocasiones en que esto no se da: un analgésico puede permitir una vida normal, sin propiamente curar.
La salud no implica un perfecto bienestar, se puede realizar la actividad normal con alguna molestia. Es la condición humana.
El dolor y la muerte forman parte de la vida humana desde que nacemos hasta que morimos.
A lo largo de nuestra existencia y por experiencia personal, el dolor físico y el sufrimiento moral están presentes en todas las biografías humanas.
La aceptación de la eutanasia y el suicidio asistido no es un signo de civilización, sino todo lo contrario. La dignidad de la persona humana está en el hecho de ser humana
La muerte es la culminación prevista de la vida terrenal, aunque incierta respecto al cómo y al cuándo ha de producirse.
El dolor y la muerte son dimensiones o fases de la vida humana. Obstáculo para la vida es la actitud de quien se niega a la presencia de estos hechos constitutivos de toda vida, intentando huir de ellos como si fuesen totalmente evitables, hasta convertir tal huida en valor supremo.
El ser humano ha sido creado para vivir y ser feliz y, por lo mismo, siente rechazo ante el dolor y el sufrimiento. Por eso, esto este rechazo no es censurable, pero convertir la evitación del dolor y el sufrimiento en el valor supremo y último, es una actitud que acaba volviéndose contra los que la mantienen, porque supone negar de raíz una parte de la realidad humana.
Convertir la ausencia del dolor en criterio exclusivo, sin atender a otras dimensiones, para reconocer un pretendido carácter digno de la muerte, puede llevar a legitimar la supresión de la vida humana, bajo el nombre de eutanasia.
Convertir la ausencia del dolor en criterio exclusivo, sin atender a otras dimensiones, para reconocer un pretendido carácter digno de la muerte, puede llevar a legitimar la supresión de la vida humana, bajo el nombre de eutanasia
Aliviar el sufrimiento y el dolor en la situación terminal de enfermedad, con la colaboración de propio enfermo, su familia y su entorno, es un deber ético de primer orden.
Todas las personas tienen limitaciones y problemas, pero cada uno las asume de una manera, dependiendo del planteamiento que cada cual tenga de la vida, el sentido que se le atribuye.
En un contexto de vivir únicamente para disfrutar, las limitaciones son lo más negativo e indeseable, contrario a la dignidad humana. En otros planteamientos en los que se pregunte: ¿Para qué estoy aquí yo?, o mejor: ¿para quién estoy yo aquí?, el papa Francisco responde: «Eres para Dios. Pero Él quiso que seas también para los demás y puso en ti cualidades, inclinaciones, dones, carismas que no son para ti sino para otros» (Chritus vivit, 286). Cuando se acepta este sentido de una vida para los demás, se afrontan las molestias y sufrimientos que pueda comportar la propia existencia.
+ Gerardo
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