
Queridos diocesanos:
La parábola del buen samaritano es una de las parábolas más conocidas por todos nosotros. Se la dice Jesús a un maestro de la Ley, que le quiere poner a prueba y le pregunta que quién es su prójimo y Jesús le va a responder con esta parábola, para que sea él mismo quien le diga quién es su prójimo.
La recordamos un poco: era un hombre que iba de Jerusalén a Jericó y en el camino se encontró con unos bandoleros que le dan una paliza y le dejan malherido en la cuneta del camino y se marchan.
Por aquel camino pasan diversos personajes muy significativos: un sacerdote de la ley, que ante la presencia del malherido se va por otro camino y lo ignora.
Hay también un levita, una especie de seminarista, que pasa por allí y que, cuando ve al herido, hace lo mismo: da un rodeo y como que no lo ha visto.
Pasa también un samaritano, que oficialmente era enemigo del malherido, que era un judío; se para junto a él, venda sus heridas, lo monta en su cabalgadura y lo lleva a la posada próxima, para que cuiden de él, con la promesa de que a la vuelta les abonará los gastos que haya ocasionado.
Jesús con estos personajes quiere decirnos claramente las distintas actitudes que podemos nosotros tener ante alguien que aparece en nuestra vida como alguien que necesita de nuestra ayuda.
A nuestro alrededor hay mucho malherido por la vida: el que se está enfrentando solo a un problema personal o a un problema familiar, a una enfermedad, a una adición, al paro, a la soledad, a una ancianidad en soledad y un largo etcétera.
Jesús, con estos personajes, quiere decirnos claramente las distintas actitudes que podemos nosotros tener ante alguien que aparece en nuestra vida
Frente a todos estos malheridos de la vida que nos encontramos en nuestro caminar y vivir diario podemos tener distintas actitudes: podemos echarles la culpa a ellos mismos. Están así porque ellos se lo han buscado y nos quedamos tan tranquilos. O cerramos lo ojos para no enterarnos de que junto a nosotros están estas personas que lo están pasando realmente mal. O podemos echar la culpa a la sociedad, al gobierno, a los poderosos, pero nosotros no hacemos nada para ayudarles a salir de allí o auxiliar su situación.
Otra actitud totalmente distinta es la de quien ante alguien que lo está pasando mal se acerca a esas personas, las escucha y está dispuesto a poner de su parte lo que pueda para ayudarlas a salir de esa situación, presta su hombro para que el malherido llore sobre él, se interesa por su situación y se pregunta: ¿yo qué puedo hacer por esta persona?
Ante las distintas necesidades de distintas personas, quien los ve y es consciente de la situación de los otros, está dispuesto a emplear su tiempo, sus capacidades y su dinero para ayudar a quien lo necesita.
Este se está comportando claramente como prójimo de quien lo necesita. No así los anteriores, que pasan de él o echan la culpa a otros de esa situación, o dicen que no pueden hacer nada por esa persona que han encontrado en su vida, porque allá él, o porque no quiere complicarse la vida.
¿Cuál suele ser mi actitud personal como cristiano ante quien me puede necesitar en la necesidad que sea?
¿Cuál suele ser mi actitud personal como cristiano ante quien me puede necesitar en la necesidad que sea y la persona que sea: en la familia, entre los vecinos, ante la soledad de las personas, ante quien me necesita para llevarle un poco de alegría y compañía, ante quien necesita de mi ayuda material para sobrevivir o la necesidad que sea?
El Señor nos va a preguntar cuando nos encontremos cara a cara con Él por cómo atendimos a los pobres y necesitados del tipo que fueran con los que nos encontramos en la vida, porque lo que hagamos con cualquiera de los necesitados del tipo que sea, se lo estamos haciendo a Cristo mismo.
+ Gerardo
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