
Celebramos en este domingo la festividad del
Corpus Christi. Dicha celebración es un acto de fe por parte de todos los cristianos en la presencia real del Señor en medio de nosotros.
Es y significa un acto de adoración a Cristo presente en la eucaristía, y la manifestación pública y el testimonio ante el mundo entero de nuestra fe y de nuestra adoración del Señor presente, real y sustancialmente en la eucaristía.
En una sociedad en la que todos los colectivos se manifiestas en las calles para manifestar su descontento, exigir cambios de actitudes o protestar contra determinados vicios o abusos sociales; nosotros, los cristianos, también salimos hoy a la calle para proclamar ante el mundo que Cristo está ahí presente en la custodia. Que nosotros creemos en su presencia y queremos comunicar al hombre actual, que por más que nos empeñemos en olvidarlo en nuestra vida, por más que nos esforcemos en que Dios no aparezca para nada en nuestra sociedad secularizada y secularista, sin embargo, Él sigue al lado del hombre, de cada hombre.
Celebramos también el día del amor fraterno, el Día de la Caridad, porque nosotros estamos convencidos de que no podemos ser testigos del amor de Dios si no lo somos también del amor a los hermanos.
Como nos dice san Juan en su primera carta: «Si alguno dice: “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve». (1Jn 4, 20)
Adorar a Jesucristo, que se hizo pan partido por amor, es el remedio más válido y radical contra las idolatrías de ayer y de hoy. Arrodillarse ante la eucaristía es una profesión de libertad: quien se inclina ante Jesús no puede ni debe postrarse ante ningún poder terreno por fuerte que sea.
Los cristianos salimos a la calle para proclamar ante el mundo que Cristo está ahí presente en la custodia
Nosotros los cristianos solo nos arrodillamos ante el Santísimo Sacramento porque en él sabemos y creemos que está presente el único Dios verdadero, que ha creado el mundo y lo ha amado hasta el punto de entregar a la muerte a su Hijo unigénito (Cf Jn 3,16).
El arrodillarnos ante el Señor y reconocerle como el Creador y redentor nuestro nos lleva inevitablemente a servir, amar y estar de parte de los hermanos, especialmente de los más pobres y necesitados, porque con ellos se identifica el mismo Cristo.
La caridad cristiana es el signo y la enseña principal del seguidor de Jesús y por la que los demás notarán que somos discípulos y seguidores de Cristo.
Cristo nos dejó como testamento a cumplir el testamento del amor. La caridad para la Iglesia no es un ejercicio reservado a unos pocos más capacitados y dedicados a este servicio, es deber de todos y de cada uno de los bautizados, porque el amor a Dios y al prójimo son inseparables.
El ejercicio de la caridad es algo a lo que ni la Iglesia ni cada uno de los que la formamos podemos renunciar, es algo irrenunciable porque pertenece a la misma esencia de la Iglesia y del cristiano.
La eucaristía es la verdadera fuente de la caridad porque en ella Jesucristo nos hace testigos de la compasión de Dios por cada hermano y hermana, y nos capacita para atender al prójimo, a cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pueda ayudar mirándole con los ojos de Cristo.
La fe y la caridad son dos realidades cristianas que se necesitan mutuamente. La fe sin la caridad no da fruto y la caridad sin fe puede ser un puro filantropismo
La fe y la caridad son dos realidades cristianas que se necesitan mutuamente. La fe sin la caridad no da fruto y la caridad sin fe puede ser un puro filantropismo, pero no verdadera caridad cristiana.
El clamor de los pobres, de las personas en paro, de familias que no llegan al final de mes, de mayores solos, de enfermos desahuciados, de tantas y tantas personas que a nuestro lado están sufriendo y nos necesitan para compartir su dolor y necesidad, reclaman de nosotros el compromiso caritativo con ellos, que les haga sentir el amor y la cercanía de Dios a través de nuestro compromiso caritativo y solidario.
+ Gerardo
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