Celebramos este domingo la solemnidad de la Ascensión del Señor a los cielos.
La Ascensión nos sitúa en el tiempo de la Iglesia. Jesús ha cumplido su misión hasta el final y ahora deja su misma misión en manos de la Iglesia.
Con gran solemnidad les había dicho a sus discípulos, la Iglesia naciente: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos».
En el evangelio de hoy les recuerda todo lo que ha sucedido con él y cómo deben esperar al Espíritu Santo y cuando les está diciendo esto, lo ven marchar al cielo.
Comienza así el tiempo de la Iglesia. Jesús ha ido al Padre, y nosotros nos hemos quedado en este mundo para cumplir la misión que nos ha encomendado de llevar su evangelio al corazón del mundo.
No nos ha dejado solos, sino que desde el cielo nos va a enviar su Espíritu para que nos ayude y nos asista en todo cuanto necesitemos para cumplir bien nuestra misión.
Desde este momento, la misión que Cristo trajo a este mundo queda en nuestras manos y esa será a partir de ahora nuestra misión: anunciar a todos los hombres de todos los tiempos la Buena Nueva de la salvación de Dios que Cristo con su muerte y resurrección nos ha traído.
Esta es una misión que Cristo deja a toda la Iglesia, representada en aquellos apóstoles. Todos somos responsables del cumplimiento de la misma. El Papa dice claramente que «todo bautizado, por el hecho de estarlo, debe ser un auténtico agente de evangelización».
Esto quiere decir que ninguno de los que nos consideramos seguidores de Jesús y discípulos del maestro podemos sentirnos al margen de la misión de toda la Iglesia de anunciar a todo los demás la Buena Nueva de la salvación.
La Ascensión nos sitúa en el tiempo de la Iglesia
Además, lo tenemos que hacer de una doble forma: primero, viviendo nosotros el mensaje de Jesús en nuestra vida, porque somos sus discípulos y seguidores. Segundo, haciendo partícipes, comunicando, contagiando esa fe a los demás por medio de nuestro testimonio cristiano.
No olvidemos aquellas palabras que decía san Juan Pablo II: «El único Evangelio que muchos de los cristianos de nuestro mundo y de nuestro tiempo van a leer es el testimonio que demos los cristianos».
Esta misión de llevar el mensaje salvador de Cristo a los hombres de todos los lugares y tiempos es una misión urgente. No podemos quedarnos embelesados con las cosas de esta sociedad y de este mundo y no cumplir la misión. La misión que ha dejado en nuestras manos como Iglesia del Señor es una misión urgente y principal preocupación de cada uno de los cristianos.
Por eso cuando aquellos discípulos se quedan desorientados ante la ascensión de Jesús al cielo, se les van a presentar dos ángeles que, viéndoles así inactivos, pensando en que Jesús se ha marchado, les van a recordar la urgencia de la misión que tiene a partir de ahora con aquellas palabras de los Hechos de los Apóstoles: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?»
Les vienen a recordar: ¿no tenéis una misión que el Señor os ha encargado ¿Qué hacéis ahí sin cumplirla? «El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo»
Ninguno de los que nos consideramos seguidores de Jesús y discípulos del maestro podemos sentirnos al margen de la misión
También a nosotros nos recuerdan la misión que tenemos y la urgencia que tenemos de cumplirla, por eso no podemos quedarnos ensimismados con otras ocupaciones, con otros intereses que no sean los de anunciar el mensaje salvador.
Tomemos nuestra responsabilidad en el anuncio de la salvación de Dios y cumplamos con ella con todo nuestro tiempo, con nuestra alma y nuestro cuerpo, de tal manera que el Señor, cuando vuelva y nos pida cuentas de cómo lo hemos cumplido, nos podamos presentar ante Él con las manos llenas.
+ Gerardo
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