Queridos diocesanos:
Hoy, que por primera vez me dirijo a todos vosotros a través de la Hoja Diocesana en Ciudad Real, “Con vosotros”; quiero enviaros mi más cordial y sincero saludo como vuestro Pastor y Obispo, a la vez que os agradezco la acogida tan cercana y entrañable que ayer me dispensasteis en mi toma de posesión de esta Diócesis. Me siento contento de que el Santo Padre, el papa Francisco, me haya encargado el pastoreo de esta porción del Pueblo de Dios que es esta Diócesis de Ciudad Real. Gracias por vuestro recibimiento, vuestra cercanía y vuestro cariño.
Hoy en el marco de la Solemnidad de la Santísima Trinidad, celebramos una jornada denominada “Pro Orántibus”, para rezar por todas las órdenes religiosas contemplativas y para que valorar y agradecer la vida de los monjes y monjas de clausura, su oración, su entrega, su penitencia y su silencio.
En una sociedad como la nuestra en la que se valora todo por la eficacia del momento, por la actividad, el rendimiento y los resultados; muchos de nuestros contemporáneos se niegan a valorar la vida de los contemplativos y contemplativas que dedican su vida a rezar por los demás y por las necesidades de todos.
La existencia de las órdenes contemplativas en la Iglesia tiene un sentido perfecto. Con su oración, son como la sabia que corre por las venas de cuantos en el mundo tratamos de vivir el estilo de vida de Jesús como sus seguidores y nos dedicamos al apostolado activo.
En la exhortación apostólica Vita Consecrata, san Juan Pablo II decía: «Los Institutos orientados completamente a la contemplación, formados por mujeres o por hombres, son para la Iglesia un motivo de gloria y una fuente de gracias celestiales. Con su vida y misión, sus miembros imitan a Cristo orando en el monte, testimonian el señorío de Dios sobre la historia y anticipan la gloria futura. En la soledad y el silencio, mediante la escucha de la Palabra de Dios, el ejercicio del culto divino, la ascesis personal, la oración, la mortificación y la comunión en el amor fraterno, orientan toda su vida y actividad a la contemplación de Dios. Ofrecen así a la comunidad eclesial un singular testimonio del amor de la Iglesia por su Señor y contribuyen, con una misteriosa fecundidad apostólica, al crecimiento del Pueblo de Dios» (VC 8).
A veces, quien no los conoce de cerca, piensa que hoy los religiosos o religiosas de clausura, no tienen sentido en un mundo donde hay tanto que hacer y trabajar, ni entienden cómo pueden ser felices encerrados entre cuatro paredes, con la valía que tienen muchos de ellos, con la carrera tan brillante que han hecho en la universidad y con lo que pudieran hacer por los demás si estuvieran fuera.
Cuando nos acercamos a sus vida y les conocemos un poco más profundamente, nos damos cuenta que su sonrisa no es algo postizo, sino el reflejo claro de lo que llevan dentro, de lo que su corazón experimenta y vive.
Son personas que están alegres, con una alegría distinta de la del mundo, que contagia e interpela a cuantos los contemplan.
El mensaje esencial de las vocaciones contemplativas se resume en la frase de santa Teresa de Jesús: «Solo Dios basta», o en la otra del joven santo Trapense, san Rafael Arnaiz: «El solo Dios».
Mientras peregrinamos por este mundo entre luces y sombras, las personas contemplativas nos recuerdan que también hoy Dios es lo único necesario, que hay que buscar primero el Reino de Dios, que la vida nueva en el Espíritu preanuncia la consumación de los bienes invisibles y futuros.
Feliz Jornada a todos los contemplativos y contemplativas de nuestra Diócesis y de toda la Iglesia.
† Gerardo
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