Jesús que, en todo momento, aprovechaba para formar a sus apóstoles, les ha ido explicando lo que le va a suceder próximamente. «Mientras iba subiendo Jesús a Jerusalén, tomando aparte a los Doce, les dijo por el camino: Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, y lo condenarán a muerte 19y lo entregarán a los gentiles, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; y al tercer día resucitará» (Mt 20,17-20).
Entonces decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará» (Lc 9,23-24).
Ellos, los discípulos no acababan de entender y les resultaban muy duras aquellas palabras de Jesús y lo que les anunciaba: que el hijo del hombre sería entregado a sus enemigos, que lo condenarían a muerte, que lo entregarían a los gentiles para que se burlaran de Él, lo azoten y, al final, lo crucifiquen, y al tercer día resucitará.
Estas palabras de Jesús producen en ellos desánimo, tristeza, dudas de a quien están siguiendo, les falta ánimo para seguir siendo sus seguidores porque su seguimiento supone cruz, entregar la vida para salvarla, y Jesús lo sabe. Por eso, Jesús quiere curar en los discípulos ese desánimo, esas dudas, ese decaimiento de aquellos que lo han seguido.
Nada mejor para lograrlo que mostrarles lo que les espera si permanecen fieles hasta el final. Lo narra así el evangelio: Unos ocho días después de estas palabras, tomó a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño, pero se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban de él, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No sabía lo que decía. Todavía estaba diciendo esto, cuando llegó una nube que los cubrió con su sombra. Se llenaron de temor al entrar en la nube. Y una voz desde la nube decía: «Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo». Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie nada de lo que habían visto. (Lc 9, 28-37)
También a nosotros el Señor nos promete esa misma gloria
Jesús les muestra su gloria, a la que están ellos llamados si son capaces de seguirle hasta el final.
Lo que hace Jesús es quitarles el miedo al compromiso, a lo que lleva consigo su seguimiento, y que crezca su ánimo en su seguimiento porque, si son fieles, si le siguen en todo lo que el Señor les encomiende, les espera la gloria eterna que han contemplado y tal como la han contemplado, que da sentido a todo lo demás.
Es en definitiva una llamada a que piensen más en el cielo y menos en las exigencias que comporta su seguimiento, porque todo quedará más que compensado, primero en esta vida, cumpliendo su misión, que va a dar pleno sentido a su vida y, luego, en el cielo, donde poseeremos la felicidad plena y completa que han contemplado.
En nuestra vida como cristianos, y mucho más cuando tenemos continuamente la presión de los valores mundanos que constantemente están ahí llamándonos a que no nos planteemos nada mas que los aspectos de este mundo del tener, el poder y el gozar, es entonces, cuando podemos sentir también nosotros que el seguir a Jesucristo nos resulta duro, difícil, con renuncias a otras cosas de las que disfruta el mundo, y que haya también en nosotros momentos o etapas de desánimos, momentos que nos resulten especialmente difíciles.
Lo que hace Jesús es quitarles el miedo al compromiso
Es entonces cuando más tenemos que elevar los ojos y el corazón del suelo al cielo y descubrir que también a nosotros el Señor nos promete esa misma gloria que mostró a por apóstoles y que ella es la que dará sentido a nuestro sacrificio, a nuestra entrega, a nuestras renuncias y a todo aquello que nos suponga un seguimiento cada día mayor del Señor. Porque no solo estaremos encontrando sentido a todo ello y a toda nuestra vida, sino que sabemos que estamos preparando con ello nuestra entrada en la gloria y en la felicidad eterna que Cristo nos promete.
Sigamos a Cristo, aunque su seguimiento nos pida renuncia, sacrificio, entrega y donación, a Él y a los demás, de nuestra vida, porque así estamos preparando nuestra felicidad eterna en la gloria junto a Él.
+Gerardo
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