
Estamos viviendo en un mundo egoísta, donde lo que cuenta es todo lo que se refiere a la primera persona: yo, mi vida, lo mío, mi felicidad y, realmente a muchas personas, les importa muy poco lo que sucede a los demás.
La apuesta por la familia es una apuesta por un mundo en el que los demás cuentan, es apuesta por un mundo que se fundamenta más en lograr una civilización del amor.
Potenciar la familia con todos sus valores es una apuesta, un reto y un desafío a romper con una mentalidad individualista que nos lleva a amarnos solo a nosotros mismos, haciendo de mi yo y lo mío una especie de «autoídolo», para construir la vida desde el amor, servicio y la solidaridad con los demás, aun a costa de renunciar a las preferencias individuales.
Es en la familia donde se aprende a amar al otro tal como es, con sus virtudes y defectos con sus cualidades y carencias. Ello es lo que nos permite poner el amor en lo más alto de la pirámide de nuestros valores.
Apostar por la familia es apostar por un mundo y una sociedad mejor. Es en la familia donde aprendemos a vivir y convivir con los demás, a compartir lo que somos y tenemos, donde aprendemos las normas de educación. Al llevar esto a la convivencia social, estamos construyendo una sociedad más humana.
Como decía el papa Francisco en el simposio internacional sobre la exhortación apostólica Amoris Laetitia: «La familia es una institución esencial para la sociedad, ya que es el mayor antídoto contra el individualismo extremo y egoísta».
Es en la familia donde se aprende a amar al otro tal como es, con sus virtudes y defectos con sus cualidades y carencias
En la familia es donde fructifica por encima de todo el amor entregado, que es fermento en la construcción de la cultura del encuentro y la sociabilidad entre las personas.
El bien de la familia, que es un bien esencial para la sociedad del encuentro, es igualmente un bien decisivo para el futuro mundo y para la Iglesia misma.
Todo esto nos pone de manifiesto la importancia de la familia y cómo hemos de cuidarla desde la Iglesia, cómo hemos de acompañarla para que brille la belleza de la misma, sus fragilidades y heridas.
Este es el objetivo principal del año que ha sido proclamado por el papa Francisco como Año de la familia Amoris laetitia: ayudarnos a entender la necesidad del cultivo y valoración de la familia porque, en la medida en que la acompañamos y valoramos, estamos contribuyendo a cimentar nuestra sociedad en el amor a los otros y en el encuentro con ellos.
En la familia es donde fructifica por encima de todo el amor entregado, que es fermento en la construcción de la cultura del encuentro
Desde su función social, la familia es esa institución que hemos de cuidar con esmero, pero en ello no termina su misión. A nosotros, como cristianos, se nos pide que la cuidemos desde la fe, desde nuestra identidad cristiana, una fe y una identidad cristiana que, cuando la vivimos en la familia, aprendemos a vivirla fuera de ella y a manifestarla a los demás en la convivencia de cada día.
La familia es el lugar privilegiado para vivir la fe y para saber transmitirla también a los demás. Por eso, en la tarea de acompañar a la familia, no podemos olvidarnos de acompañarla para que viva su realidad desde la fe y que Dios siga siendo alguien importante que sustenta la familia y la llena de sentido y contenido y hace que de ella nazca un mundo nuevo de amor, de perdón, de encuentro y reencuentro.
Acompañemos a la familia y pongamos cuanto dependa de nosotros en ella, para que siga siendo siempre lugar de vivencia y de transmisión de los valores humanos y cristianos, ayudando a sus miembros a madurar como personas y como cristianos.
+ Gerardo
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