Festividad de Todos los santos

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    Ser santos sería la máxima aspiración que deberíamos tener todos los creyentes en Jesús porque la santidad es la vocación a la que estamos llamados todos.

    A los niños y a los jóvenes les preguntamos, a veces, los mayores: Tú, ¿qué quieres ser cuando seas mayor? Y el niño o el joven nos responderá que futbolista porque son famosos, o médico porque quiere curar a los enfermos, o actriz de cine porque ganan mucho dinero, etc. Pero ninguno nos responderá que cuando sea mayor quiere ser santo.

    Es que nosotros nos conformamos con mucho menos que ser santos. Hemos colocado a los santos en una peana demasiado alta e inalcanzable como para que cualquiera pueda aspirar a conseguirlo y nos parece que la aspiración a la santidad solo es para esos pocos, que son dignos de admirar, pero no de imitar.

    Es verdad que el martirologio y el santoral están llenos de personas dignas de admiración porque fueron personas extraordinarias. Son todos aquellos que han sido declarados santos oficialmente por la Iglesia, pero los santos y la santidad no se agotan en los que han subido a los altares y han sido declarados oficialmente santos por la Iglesia. El santoral es infinitamente mayor que los declarados como tales oficialmente por la Iglesia En el libro del Apocalipsis podemos leer: «Después de esto vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritan con voz potente: «¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!» (Ap 7, 9-10).

    Los santos, salvo algunos con una vida realmente extraordinaria que hicieron y hacen milagros, la mayoría fueron y son personas con muchas virtudes, pero también con defectos, con una vida de amor a Dios y a los hermanos, pero también con pecados en su vida. Los santos fueron y son pecadores rescatados por el amor de Dios, que les ha convertido en seres que valoran mucho la presencia de Dios y de su gracia en su vida, que tratan de vivirla desde lo que Dios les pide en cada momento.

    Los santos son personas que lucharon, si ya han muerto, y que luchan si viven entre nosotros para que el bien y la voluntad del Señor fuera y sea la enseña de su vida: el bien supremo que es Dios y el bien moral que es la vivencia de su vida desde lo que Dios les pide.

    La vida de los santos es una vida de lucha entre el bien y el mal, logrando que en su vida impere el bien y no el mal, la gracia y no el pecado. La vida según Dios y no las llamadas de la sociedad secularista.

    Nuestra vida está rodeada de personas buenas, personas cercanas a nosotros: familiares, amigos, etc., con las que
    estamos conviviendo y que son los santos actuales

    Los santos nunca son una antigualla de otros tiempos. Todos los santos son plenamente actuales, los que ya murieron porque son un modelo en el que fijarnos en nuestra vida y a quien podemos imitar; y los que viven junto a nosotros porque son constantemente un testimonio vivo que interpela la vida de los demás.

    Nuestra vida está rodeada de personas buenas, personas cercanas a nosotros: familiares, amigos, etc., con las que estamos conviviendo y que son los santos actuales que tratan de vivir de acuerdo con el estilo de vida de Jesús y son un estímulo y testimonio para cuantos los contemplamos, que interpelan nuestra vida y nos ayudan a que nosotros también podamos conseguir la santidad que vemos en ellos. Son los «santos de la casa de al lado» de los que habla el papa Francisco en su exhortación Gaudete et exultate, que son modelo de buenas personas entregadas a Dios y a los demás desde el amor.

    La vocación a la santidad no es la vocación de unos pocos privilegiados, es la vocación universal a la que todos y cada uno de los que creemos en Jesús estamos llamados. Por eso, nuestra aspiración mayor en nuestra vida debe ser la aspiración a ser santos, a encarnar aquellas actitudes que Dios ha suscitado en cada uno de nosotros. Debemos estar empeñados y comprometidos a hacerlas realidad en el vivir diario de cada día.

    Hemos colocado a los santos en una peana demasiado alta e inalcanzable como para que cualquiera pueda aspirar a conseguirlo y nos parece que la aspiración a la santidad solo es para esos pocos

    Dios nos llama siempre, a todas las horas, a la santidad, a vivir el estilo que Él quiere que vivamos sus hijos, como a los obreros que contrata el dueño de la viña a distintas horas para que vayan a trabajar a la viña (Cfr. Mt 20, 1 - 13), por la mañana, al medio día y al caer la tarde.

    Dios no se cansa de llamarnos, solo queda nuestra respuesta positiva a recorrer el camino de la santidad, contando con su gracia y tratando de vivir desde lo que Él nos pide.

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