
Las vacaciones son un tiempo propicio para que, lejos de las prisas cotidianas del curso, podamos dar a la oración la importancia y el tiempo que se merece.
Una de las oraciones que más solemos hacer es la oración que el Señor nos enseñó: el Padrenuestro, pero también podemos tener la sensación de que cuando rezamos la misma no le damos el verdadero sentido, ni nos damos verdadera cuenta del auténtico significado de las palabras que en ella decimos.
Todos tendríamos que decirle al Señor como sus discípulos: «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11, 1). Este debería ser también nuestro ruego hoy al Señor porque:
• Unos no saben dirigirse a Dios porque nadie les ha enseñado y Dios es para ellos un Dios del que pasan, y siguen otros dioses mundanos.
• Otros rezamos mal porque lo hacemos teniendo en nuestra vida actitudes que se oponen a lo que Él nos pide.
• Otros rezamos no para ajustar nuestra vida a las exigencias del Señor, sino para convencer a Dios de lo que nosotros queremos.
Y el Señor nos va a decir, como dijo a sus discípulos: Cuando recéis decid: «Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre…» (Lc 11, 1 - 4; Mc 11)
El Padrenuestro es la oración que nos compromete a vivir el estilo propio de Jesús en nuestra vida.
Llamamos a Dios Padre, el mejor padre, que nos ama, que se compadece de las miserias de los hombres; que es capaz de perdonar a sus hijos.
Le decimos: «Padre nuestro», es decir, que Dios es padre no solo mío, sino también de los demás y que, por lo mismo, somos hermanos de todos los hombres a los que tenemos que querer, ayudar y estar a su servicio.
Si le decimos «santificado sea tu nombre», no es solo un deseo sino un compromiso de hacer presente la santidad de Dios en nuestra vida, siendo nosotros también santos.
Cuando le decimos: «Venga a nosotros tu reino», nos estamos comprometiendo a hacer presente y construir el Reino de Dios como reino de servicio, de amor, de justicia y de paz en este mundo.
Con la petición «hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo», le pedimos que nos ayude a ajustar nuestra vida a la voluntad de Dios, como Cristo lo hizo en todo momento.
«Danos hoy nuestro pan de cada día», así le pedimos que no le falte a nadie el pan material con el que alimentarse; que desaparezca el hambre en el mundo; que nos dé el pan de su palabra que nos marca el camino que hemos de seguir para ser sus discípulos, el pan de su cuerpo y de su sangre que alimente nuestra fe; y nos dé fuerza para ser verdaderos seguidores en medio de nuestro mundo.
«Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Le decimos que necesitamos su perdón y su misericordia, pero también nos comprometemos a perdonar nosotros a quienes nos ofendan.
«No nos dejes caer en la tentación», porque nuestra vida está rodeada de llamadas y tentaciones a vivir por otros caminos distintos de los del Señor.
Y «líbranos del mal». Que el Señor nos libre de todos los males que nos rodean, males materiales, males como la enfermedad, etc., pero sobre todo que nos libre del mal por excelencia, que es el mal del pecado, de la separación de nuestra vida de Dios y de los hermanos, líbranos del mal.
Recemos muchas veces el Padrenuestro pero, sobre todo, recémoslo siempre siendo conscientes de lo que pedimos y a lo que nos compromete la oración de Jesús.
+ Gerardo
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