En el evangelio de este domingo, el Señor, rodeado de una gran multitud, aprovecha para ofrecernos la Carta Magna de los cristianos: las bienaventuranzas.
Felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de las cielos.
Pobre de espíritu es aquel que se considera pobre y necesitado de Dios y de los demás, el que no mira por encima del hombro a nadie porque él se sabe necesitado. Pobre de espíritu, decía un autor del siglo pasado, es «aquel con quien todo el mundo se siente a gusto», porque sabe que es necesitado de los demás, porque se sabe pequeño y pecador.
Felices los que están tristes, porque Dios mismo los consolará. Llama dichosos y bienaventurados a los que son capaces de solidarizarse con el dolor de los demás, los que sufren cuando ven que otros hermanos sufren, los que son capaces de prestar el hombro al hermano, para que llore sobre él.
Felices los humildes porque Dios les dará en herencia la tierra. Los que saben que todo cuanto tienen no es fruto de su valía, ni de su suerte ni siquiera de su trabajo, sino que es obra de Dios, que Dios ha sido quien se lo ha regalado.
Felices los que desean que se cumpla la voluntad del Señor, porque Dios cumplirá sus deseos. Aquellos que se preguntan en cada momento ¿cuál es el plan de Dios sobre mí, sobre los demás, sobre el mundo? Los que son capaces de anteponer la voluntad de Dios a la suya propia. Los que en su vida no tienen otro interés ni objetivo que cumplir la voluntad de Dios en su vida.
Felices los limpios de corazón porque ellos verán a Dios.
Tres son los significados que tiene la expresión “limpios de corazón”:
• Limpios como sinónimo de transparente, no hipócrita. Jesús en el evangelio habla muchas veces contra los fariseos precisamente porque son hipócritas, porque por fuera dan una imagen y por dentro viven y tienen otra.
• Limpios como sinónimo de sencillos, hacernos niños. Jesús tiene una gran predilección por los niños y nos invita a todos a hacernos como niños, sencillos, sin dobleces, porque de los que son o se hacen niños es el Reino de los cielos.
• Limpios en el sentido de quien lucha contra las pasiones. Se trata de la lucha contra el pecado, contra dejarse llevar por las pasiones que esclavizan y nos separan del camino de Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán hijos de Dios.
Todos somos llamados a ser constructores de paz en los ambientes en los que gastamos nuestra vida, en la familia, en el trabajo, en las relaciones con los demás, porque solo desde un clima de paz los seres humanos podemos ser felices.
Felices los perseguidos por causa de la justicia porque suyo es el Reino de los cielos.
Justicia es sinónimo de santidad. Cuando se lucha por ser santos, hay siempre otros que nos persiguen, que quieren reírse de nosotros, que nos quieren dejar en ridículo. Estas son nuestras persecuciones. En otros lugares las persecuciones llegan hasta el martirio por mantenerse fieles. De ellos es el Reino de los cielos.
Felices cuando os persigan o calumnien de cualquier modo por mi causa, estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo.
Sintámonos alegres y dichosos porque el Señor nos ha dejado este itinerario que recorrer de las Bienaventuranzas, como un itinerario propio y peculiar de sus seguidores. Pidámosle que nos ayude a recorrerle con fidelidad y a edificar nuestra vida desde el espíritu que ellas se respira.
+ Gerardo
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