A aquellos paisanos de Jesús, les sucedió lo mismo que nos sucede a nosotros tantas veces en nuestra vida: creemos mejor a los de lejos, a los de fuera, que a aquellos que nos quieren bien y que son más conocidos, que son de los nuestros.
Jesús no pudo hacer ningún milagro en su tierra porque no lo aceptaron, porque no entendieron cómo de alguien que ellos conocían podría salir aquella doctrina tan importante y, a la vez, extraña para ellos. Les habla de comer su carne, de que Él es el pan vivo que ha bajado del cielo; de que el que coma de ese pan vivirá eternamente y de que el pan que Él da es su propia carne, que se entrega precisamente para que el mundo tenga vida.
Sus vecinos y conciudadanos, ante este mensaje nuevo y extraño, se comienzan a preguntar: ¿No es este el hijo de José a quien todos conocen? ¿Cómo se atreve a decir que ha venido del cielo? Y no creyeron en Él.
En nuestra vida tenemos personas próximas a nosotros, que conocemos de siempre, y si esas personas nos quieren decir algo importante, o corregirnos una mala actitud, enseguida salimos a la defensiva: ¿Pero qué se habrá creído este si todos sabemos quién es y cómo vive? ¿Cómo viene a decirnos a nosotros que tenemos que vivir de esta o de otra forma?
Nos resistimos a aceptar lo que venga de alguien que conocemos, desde los padres cuando corrigen a los hijos, que se fían mucho más de cualquier amigo que de ellos; hasta cualquiera de nosotros que por sistema aceptamos como más creíble aquello que nos dice un desconocido y lejano que alguien cercano a nosotros que conocemos.
Sin embargo, tenemos que estar muy atentos a lo que viven y nos dicen las personas cercanas, porque Dios se sirve de todos ellos para comunicarnos sus planes.
Dios se sirve de la familia para transmitir a todos sus integrantes la fe; se sirve de pequeños acontecimientos de nuestra vida para hacernos descubrir su plan sobre nosotros; utiliza a las personas y los acontecimientos cercanos a cada cual para hacernos descubrir el camino que hemos de seguir. Por eso, hemos de estar muy atentos. No debe importarnos tanto el mensajero cuanto el mensaje que nos transmite, porque Dios también habla a través de ellos y de los acontecimientos de cada día en nuestra vida.
Hemos de estar muy atentos a todo cuanto sucede a nuestro alrededor, a escuchar a través de esos acontecimientos que no son importantes y a través de esas personas que son cercanas a nosotros.
Dios nos habla por medio de estas personas y nosotros debemos preguntarnos por el mensaje que nos transmite el Señor a través de las personas conocidas y cercanas a nosotros. Unas veces será a través de la palabra que les escuchamos, otras veces será a través de un comportamiento concreto y determinado que observamos en ellos pero, en todo momento, seguro que si estamos atentos a los que están cerca de nosotros podemos descubrir que Dios nos está comunicando algo importante a través de ellos.
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