¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?

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    El pasaje del evangelio de San Marcos de este domingo nos sitúa ante unos apóstoles llenos de miedo ante la fuerza de las olas y la tempestad que se había levantado.

    Ellos saben que Jesús está allí en la barca recostado, pero les puede el miedo y se ponen a gritarle a Él: ¿Maestro no te importa que perezcamos? (Mc 4, 39) Y Jesús tiene que recriminarles su poca fe: «¿Por qué tenéis miedo?, ¿aún no tenéis fe? (4, 40).

    Esta situación se repite muchas veces en nuestra vida y especialmente en los momentos de dificultad y dolor. Se produce en el corazón humano del creyente una especie de falta de fe, de desconfianza, de por qué Dios no actúa y nos demuestra su paternidad.

    Gracias a la presencia de Cristo los discípulos superaron sus miedos. Él fue su fortaleza

    Aquellos discípulos quieren despertar a Jesús para no perecer por la tormenta y las olas de un mar enfurecido, pensando que Cristo no se enteraba de lo que estaba sucediendo. Ellos sienten la impotencia para luchar contra la tempestad y urgen a Cristo a que lo haga.

    En el momento actual y durante dos años de duración ya, hemos vivido y seguimos viviendo la pandemia de la COVID-19. Muchas veces, durante este tiempo, hemos experimentado en nosotros miedo y casi terror: miedo al contagio, miedo a la muerte, miedo a que el contagio afectara a alguien de nuestra familia. El miedo ha sido un componente importante de nuestra vida durante el tiempo de pandemia.

    Ante esta situación, nuestra condición de creyentes nos ha llevado a pensar en Cristo, a quien seguimos, que es todopoderoso y que nos prometió que estaría con nosotros todos los días hasta el fin de los tiempos. Hemos recurrido a Él y le hemos pedido que curase a los que estaban afectados por el virus, que nos librara a nosotros del contagio y que terminara esta pandemia que tanto ha hecho y sigue haciendo sufrir a tantas personas y familias.

    Hemos querido hacer como los discípulos: despertar a Cristo ante el miedo a perecer. Como a los discípulos, el Señor nos contesta: ¿Por qué tenéis miedo? ¿Es que aún no creéis? (Mc 4, 40).

    ¿Por qué el Señor nos contesta así? Porque queremos que él haga lo que nosotros le decimos y eso no nos lo ha dicho Él. El nos dijo que estaría con nosotros todos los días y que nos ayudaría si confiábamos en Él.

    Él nos dijo que estaría con nosotros todos los días y que nos ayudaría si confiábamos en Él

    En los momentos de dolor, él sigue a nuestro lado, va con nosotros, en nuestra misma barca, y no va a dejar que se hunda. Camina con nosotros, sigue interesándose por nuestra vida y cuanto sucede en ella y nos está ayudando, pero de la mejor manera que Él sabe para lo que necesitamos en cada momento y que a veces no coincide con lo que nosotros le pedimos.

    Por eso, ante nuestro miedo y nuestra desconfianza en su poder y en su ayuda, Jesús nos hace una llamada a la fe, la confianza y esperanza en Él, y nos hace revisar nuestra fe diciéndonos: ¿Pero por qué tenéis miedo? ¿Es que no tenéis fe?

    En nuestra vida, encontramos esta y otras muchas tempestades que se visten con muchos rostros: malas noticias, dolor en la enfermedad, la muerte de un ser querido, etc. Todas ellas sacuden y ponen en crisis nuestra fe en Dios.

    Todas estas tempestades que ponen en crisis nuestra fe deberían ser una oportunidad importante para revisar, renovar y purificar nuestra fe.

    Gracias a la presencia de Cristo los discípulos superaron sus miedos, Él fue su fortaleza. Nuestra fortaleza, que nos va a ayudar a vivir nuestros momentos de problemas y de dolor, es precisamente confiar en que el Señor está con nosotros, que sigue a nuestro lado y nos está ayudando, aunque su ayuda a veces no coincida con lo que nosotros le pedimos, pero tenemos que estar convencidos, tener plena fe y una total confianza en que él está ahí y que nos da su fuerza y su gracia para que vivamos con fortaleza, fe y confianza esos momentos de dolor, aunque no nos quita el dolor.

    Revisemos y reavivemos nuestra fe y confianza en el Señor, porque Él sigue a nuestro lado, especialmente en los momentos de dolor.

    + Gerardo

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