Varias son las fiestas que celebramos en el mes de junio y que nos hablan de una misma realidad: el amor de Dios al hombre.
Celebramos en este mes el amor de Dios manifestado en el corazón de Cristo. Es el mes del Corazón de Jesús, un corazón traspasado por nuestros pecados pero henchido de amor al Padre y a los hombres.
La fiesta del corazón de Jesús expresa el amor del Hijo al Padre, a los planes que el Padre tiene sobre Él y para Él y que será precisamente la razón de todo su vivir en este mundo. Él ha sido enviado y ha venido al mundo para cumplir la voluntad del Padre.
El Padre, para Cristo, lo es todo. El Padre y Él se identifican: «Yo y el Padre somos uno» (Jn 10, 30). Por eso, cuando Dios prepara el plan de salvación para los hombres, en él entra como central y protagonista Cristo, éste no hace sino pronunciar su incondicional, total y continuo sí a este plan de Dios sobre Él para la salvación de los hombres. «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42).
El corazón de Jesús expresa también el amor que Cristo tiene a los hombres. Él ha sido enviado por el Padre al mundo, para ofrecer a los hombres la salvación.
En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados (1 Jn 4, 10).
Él ha venido al mundo para entregar su vida por amor a los hombres, y lo va a cumplir hasta el final, hasta el extremo de entregar su vida por nosotros, por eso podrá decir: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos» (Jn 15, 13-14a).
El amor de Cristo a los hombres es un amor de entrega, de servicio, de perdón, de predilección, especialmente por los pobres, los enfermos y necesitados, amor a los pecadores, amor de amistad a los discípulos, amor a los enemigos. Así es, para nosotros, un modelo de amor a todos y nos marca con su ejemplo el camino que hemos de seguir nosotros para ser sus discípulos, entregando nuestra vida al amor a Dios y al amor a los hermanos.
En este mismo mes de junio celebramos el pasado domingo la festividad del Cuerpo y la Sangre de Cristo: el Corpus Christi. Otra festividad que nos habla del amor de entrega por amor al Padre y a los hombres de su cuerpo y sangre para nuestra salvación y para el perdón de todos nuestros pecados.
Cristo quiso quedarse con nosotros en la eucaristía, como alimento para nuestra fe y como presencia permanente en nuestras vidas, cumpliendo su promesa de estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 20).
La entrega oblativa de Cristo por nosotros y por nuestra salvación nos debe comprometer a nosotros a entregarnos por los demás, especialmente por aquellos que son sus predilectos: los pobres, los enfermos, los desahuciados de la sociedad; porque precisamente en esto y por esto estaremos demostrando y los demás conocerán que somos discípulos suyos. «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. 35 En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros» (Jn 13, 34 - 35).
Dos festividades que nos habla de la misma realidad: el amor, el amor que Cristo tiene al Padre y el amor que nos tiene a nosotros.
Él es un auténtico modelo que hemos de tratar de imitar y encarnar en nuestra vida cada uno de nosotros si queremos, de verdad, ser discípulos y seguidores suyos, olvidándonos de nosotros mismos, para centrarnos en la entrega amorosa a lo que el Padre nos pida y a lo que el amor a los demás nos exija.
Vivamos pues este amor y desde este amor a Dios y a los hermanos, especialmente a los más necesitados y estaremos respondiendo al amor incondicional que Él nos tiene, y a nuestra condición de discípulos suyos.
¡Feliz domingo para todos!
+ Gerardo
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