El día 18 de marzo, el Parlamento español aprobaba la ley de la eutanasia y del suicidio asistido. Una fecha que quedará marcada para la historia futura como una fecha nefasta ante tan triste y mala noticia.
Desde la Secretaría de la Conferencia Episcopal se decía, hablando de la aprobación de esta ley, que era «una mala noticia». Yo diría que es peor que una mala noticia. Con la aprobación de esta ley se ha aprobado el derecho a matarse y a matar, en contra del quinto mandamiento de la Ley de Dios que dice «no matarás».
La vida es siempre un bien porque proviene de la misteriosa y generosa voluntad de Dios. Es un don de Dios y del que solo Dios puede disponer. La vida humana, cada vida humana, tiene un origen sagrado y una dignidad absoluta en todos sus momentos, desde su inicio hasta su terminación, y nadie tiene derecho sobre ella, ni siquiera la propia persona sobre su propia vida. Solo Dios es su origen y su dueño y quien nos ha regalado la vida.
Por eso, es un sinsentido pleno y una apropiación indebida, por parte del Parlamento, de algo que excede las competencias del mismo, unas competencias que solo Dios tiene.
Es un sinsentido pleno y una apropiación indebida, por parte del Parlamento, de algo que excede las competencias del mismo
Los poderes públicos tienen como uno de los principales deberes el cuidado, el respeto y la salvaguarda de la vida de los ciudadanos como el primer derecho de toda persona, que es el derecho a la vida. El Parlamento español, con la aprobación de la ley de la eutanasia y el suicidio asistido, lejos de proteger, cuidar y salvaguardar la vida humana, como sería su obligación, aprueba todo lo contrario: dar muerte al que sufre y el derecho a dar muerte al que sufre. En vez de quitar el dolor al enfermo terminal aprueba que el derecho de matarlo para que deje de sufrir.
Los creyentes en Cristo y todas las personas de buena voluntad no podemos, de ninguna manera y por ninguna razón, aceptar esta cultura de la muerte y sí nos tenemos que sentir llamados a defender la vida humana por encima de todo.
Los cuidados paliativos son el medio apropiado y válido para acompañar a las personas en situación de dolor y en situaciones de enfermedad terminal. Por eso, no tiene sentido ninguno procurar la muerte, porque la persona en esas circunstancias lo que pide y necesita es que se le quite el sufrimiento; que los suyos la acompañen con generosidad y amor; que se la ayude desde la fe, cuando es creyente, a aceptar su situación y a vivirla con esperanza desde esa misma fe; y que se la ayude a aceptar la muerte como la última etapa de la vida humana, tras la cual se va a encontrar cara a cara al Señor que le va a dar la vida que no termina y que Cristo nos ha ganado con su redención.
Los poderes públicos tienen como uno de los principales deberes el cuidado, el respeto y la salvaguarda de la vida de los ciudadanos
Por eso, ante esta realidad del Parlamento español, que legaliza y aprueba la muerte como un derecho, en vez de cuidar la vida y poner los medios para proteger el primero de los derechos de toda persona, que es el derecho a la vida, debemos sentirnos llamados, más que nunca, a defender la vida en nosotros y en aquellas personas que tenemos a nuestro cuidado.
Debemos luchar con toda la fuerza de la ley y de nuestros derechos como ciudadanos y como creyentes expresando nuestra repulsa de diversas formas y por distintos caminos:
- Reclamando la abolición de la ley y exigiendo para todos una ley de cuidados paliativos.
- Expresando nuestra repulsa y rechazo con nuestros votos en las urnas.
- Poniendo en práctica la objeción de conciencia por parte de médicos, sanitarios y de todos cuantos tienen que hacerla realidad en los enfermos, porque solo así estarán cumpliendo, no solo con su juramento hipocrático, sino también con su código deontológico médico, ya que su misión y compromiso es el de cuidar la vida y nunca proporcionar la muerte.
- Y, todos, empeñándonos en hacer y tener el testamento vital, formalizado y legalizado, en el que dejemos bien claro:
- Que, si por una enfermedad llegáramos a estar en situación crítica irrecuperable, no se nos mantenga en vida por medio de tratamientos desproporcionados.
- Que no se nos aplique la eutanasia, ni ningún acto u omisión que por su naturaleza y en su intención nos cause la muerte.
- Que se nos administren los tratamientos adecuados para paliar los sufrimientos.
- Que se nos ayude para asumir humana y cristianamente nuestra propia muerte, y a prepararnos para aceptar la misma en paz y en la compañía de nuestros seres queridos y el consuelo de nuestra fe cristiana.
La Iglesia, que es siempre maestra, nos enseña que la vida de todo ser humano ha de ser respetada, de modo absoluto, desde el momento de su concepción hasta la el final natural de la misma, porque el hombre es la única criatura en la tierra que Dios ha querido por sí misma y el alma espiritual de cada hombre es inmediatamente creada por Dios y todo su ser lleva grabada la imagen del Creador. La vida humana es sagrada y solo Dios es Señor de esta. Nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano.
Una persona puede ser incurable, pero nunca incuidable.
Sintámonos llamados todos —tanto creyentes, como personas de buena voluntad—, a instaurar la cultura del cuidado y el compromiso por la vida en el día a día, ofreciendo nuestra ayuda a quienes sufren y atraviesan situaciones de especial vulnerabilidad.
+ Gerardo
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