Queridos diocesanos:
La fiesta del Bautismo de Jesús que hoy celebramos es un acontecimiento realmente importante en su vida, porque significa el comienzo de su vida pública y la realización de la misión para la que había sido enviado por el Padre.
El anuncio de la salvación a todos los hombres, que era para lo que había sido enviado por el Padre, Jesús lo hace realidad a partir del momento de su bautismo, por medio de la predicación de su mensaje y por la entrega de su propia vida y su resurrección, para que nosotros tuviéramos vida eterna y llegáramos a ser verdaderamente hijos de Dios.
La celebración de la fiesta del Bautismo de Jesús nos recuerda y evoca nuestro propio bautismo, como un acontecimiento realmente importante en la vida de cada uno de nosotros.
El bautismo para cualquiera de nosotros es el sacramento por el que nos hacemos hijos de Dios y miembros vivos de la gran familia de los hijos de Dios que es la Iglesia.
Nosotros, en virtud del pecado original, nacemos con la marca del pecado. Por el bautismo recibimos la gracia, la vida de Dios y la amistad con él, por lo que llegamos a ser Hijos de Dios. Cristo, el hijo de Dios, con su muerte y su resurrección, nos ha ganado para que también nosotros podamos ser hijos de Dios. A ser hijos de Dios accedemos por el sacramento del bautismo.
Por el bautismo nos comprometemos a vivir como auténticos hijos de Dios y como miembros de su familia, la Iglesia.
Son estos dos compromisos los que resumen la esencia de nuestra identidad como seguidores y discípulos de Jesús.
Somos hijos de Dios, que quiere decir que Dios es nuestro Padre, el mejor de los padres, que es capaz de comprender y perdonar nuestras equivocaciones y salidas del camino que Él nos marca.
Ser hijo de Dios supone aceptar a Dios en nuestra vida y tratar de vivir de acuerdo con lo que nos pide, y vivir lo que Él nos pide.
Ser hijos de Dios significa querer a nuestro Padre y que Él ocupe un lugar importante y privilegiado en nuestra vida.
Ser hijo de Dios supone estar en contacto permanente con ese Padre, como con alguien a quien necesitamos para vivir lo que Él nos pide, porque sin Él no seríamos capaces de comportarnos como buenos hijos.
• Supone hablar y contar continuamente con Él y con su ayuda, abriéndole nuestro corazón.
• Supone darle continuamente gracias por todo lo que nos da constantemente.
• Supone pedirle perdón por las veces que, guiados por nuestra pobreza personal, nos salimos del camino que Él nos señala, y corremos por otro camino buscando la felicidad al margen de Él.
Nosotros, por nuestro bautismo, lo mismo que Él fue ungido por el Padre para traernos la salvación, hemos sido ungidos para ser discípulos y seguidores del Señor.
Hemos sigo ungidos también para una misión muy importante: ser testigos de Cristo y de los valores del evangelio en el mundo, para que con nuestro testimonio acerquemos a los hombres a Dios y Dios a los hombres.
Al recordar hoy nuestro propio bautismo, hemos de preguntarnos si vivimos como verdaderos hijos de Dios, si Dios es tan importante para nosotros como lo debe ser siempre un padre para un hijo; o más bien Dios es para nosotros un padre del que no nos acordamos, del que desconfiamos, al que no queremos porque vivimos al margen de lo que Él nos pide.
Como bautizados hemos de preguntarnos por nuestra misión de ser testigos suyos en nuestro mundo. ¿Somos realmente sus testigos, o estar bautizados no significa realmente casi nada para nosotros? ¿Somos miembros vivos de la familia de los Hijos de Dios, que es la iglesia, o somos miembros muertos, porque vivimos en la indiferencia respecto a Dios y a la Iglesia?
+ Gerardo
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