Ven y sígueme: esta es la frase que más hemos meditado todas las personas consagradas. Una frase que oímos muy cerca, muy al oído y al corazón cada uno de nosotros, que nos hizo pensar cómo quería el Señor que le siguiéramos y le sirviéramos, y que hoy sigue resonando con fuerza en nuestro corazón y en nuestra vida.
Ven y sígueme. Tres palabras con las que el Señor entró de lleno en nuestro corazón y sigue cada día haciéndolas resonar con un timbre y un sonido especial.
El Señor nos llamó un día y nos sigue llamando a ser sus discípulos y sus seguidores a través de un carisma determinado, a través de una vocación específica, a través de un seguimiento radical, dejando todo lo demás y siguiéndolo solo a Él, como el mercader en perlas finas, o el labrador que encuentra un gran tesoro en el campo del evangelio, que vende todo lo que tiene para poder tener aquella perla preciosa, adquirir aquel gran tesoro que ha descubierto.
Cristo ha querido constituirse para nosotros en la auténtica perla preciosa, el verdadero y auténtico tesoro que ha dado y da sentido a toda nuestra vida.
La respuesta que cada uno de nosotros hemos dado, y seguimos dando, es una respuesta de verdaderos enamorados, enamorados de Él, de su mensaje y de su vida, que ya no encuentra sentido en ninguna otra cosa, ni necesita de nada ni de nadie más para ser feliz. Solo Él es la felicidad plena.
Ven y sígueme. Tres palabras que el Señor nos sigue diciendo a cada uno de nosotros hoy y que hoy también, después de aquel primer sí que dimos el día de nuestra profesión u ordenación, nos pide que sigamos dándole y actualizando en cada uno de los momentos de nuestra vida.
Tres palabras que exigen de nosotros una respuesta generosa y positiva, esa respuesta generosa y positiva que pueden significar estas otras seis palabras: «Aquí estoy, Señor, sigue contando conmigo».
Este tesoro, esta perla preciosa que es Cristo, que hemos descubierto nosotros y que hemos seguido y adquirido, no nos lo podemos guardar para nosotros mismos. Hemos de ser testigos de nuestra felicidad y nuestra alegría para los demás, hemos de ser interpelación e interrogante, para cuantos me vean vivir y actuar.
San Juan Pablo II en Vita consecrata decía de ella: «Las personas consagradas, en virtud de su vocación específica, están llamadas a expresar la unidad entre la autoevangelización y el testimonio, entre la renovación interior y la apostólica, entre el ser y el actuar, poniendo de relieve que la fuerza y el dinamismo deriva del primer elemento del binomio» (VC 81)
El papa Benedicto XVI en el encuentro con las religiosas jóvenes en la Jornada Mundial de Madrid, les decía: «Queridas hermanas, este es el testimonio de la santidad a la que Dios os llama, siguiendo muy de cerca y sin condiciones a Jesucristo en la consagración, comunión y misión. La Iglesia necesita de vuestra fidelidad joven arraigada y edificada en Cristo. Gracias por vuestro “sí“ generoso, total y perpetuo a la llamada del Amado».
Esta es nuestra gran tarea y nuestra gran misión: ser discípulos misioneros que siguen a Jesucristo viviendo en radicalidad, y que en medio del mundo hacen presente su mensaje y su evangelio por medio del testimonio para que otros a través nuestro se encuentren con Jesús y le sigan.
Que la Virgen María nos acompañe, para que vuestra vida consagrada interpele, aliente e ilumine a todos los hombres, sea luz que marque el camino que lleva a Cristo e instrumento de Nueva evangelización que brilla hoy con una luz especial en medio de este mundo tan necesitado de verdaderos testimonios de entrega y generosidad.
+ Gerardo
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