Celebramos en este domingo la solemnidad de la Santísima Trinidad, una solemnidad en la que se nos muestra la auténtica y verdadera identidad de Dios como un solo Dios verdadero y tres personas distintas, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
La Santísima Trinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo es, ante todo y sobre todo, un misterio de amor, una comunidad de amor de las tres personas y la manifestación del amor a los hombres del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
El Hijo de Dios se encarna en el mundo y se hace uno de nosotros, en todo semejante a nosotros, en todo, menos en el pecado. Y lo hace para comunicarnos la verdadera identidad de Dios: Dios es un Padre bueno y misericordioso, capaz de compadecerse de nuestras miserias, pecados y debilidades.
Dios es un Padre que ama tanto al mundo y a los hombres que, para salvarnos, envía a su Hijo al mundo, no para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él.
Cristo ofrece su vida por amor a los hombres para que la salvación de Dios Padre llegue a todos
El Hijo encarnado revela al mundo la auténtica identidad de Dios que, como Padre, envía a su Hijo para que, entregando su vida en la cruz por nuestra salvación, nos la consiga con su muerte y resurrección, mostrando a los hombres que nadie tiene mayor amor que quien da la vida por sus amigos y que, cuando lo hace, es para cumplir la voluntad de su Padre.
El Padre y el Hijo envían a los creyentes su Espíritu de amor para que nos enseñe todo lo que el Hijo nos había enseñado en su mensaje y para que nos dé su gracia y su fuerza para vivir como Hijos de Dios y ser nosotros comunicadores con nuestra vida del amor de Dios a todos los seres humanos.
Cristo ofrece su vida por amor a los hombres para que la salvación de Dios Padre llegue a todos por la muerte y resurrección del Hijo y por la fuerza del Espíritu Santo.
Lo que el Dios de amor, Padre Hijo y Espíritu Santo, nos pide a cada uno de nosotros como respuesta es que creamos en Cristo y vivamos todo lo que nos ha enseñado por el Espíritu.
La fe es la que nos juzga. El que cree en mí, dice Jesús, ya está juzgado porque ha creído en el Hijo que el Padre ha enviado.
El Hijo nos ofrece a todos la salvación del Padre, y lo que hemos de hacer para poseerla es creer en Él, porque el que cree en Él ya está juzgado.
La fe en Jesús consiste en conocerlo a Él y todo que Él ha venido a comunicarnos, y vivirlo en nuestra vida.
La fe es la respuesta que Dios pide a todo lo que él nos comunica. Esta no es una respuesta teórica, sino dinámica y vivencial, encarnando en nuestra vida el amor que Dios nos tiene y haciéndolo realidad y respuesta, amando nosotros a Él y a los hermanos.
Toda la historia de relación de Dios con nosotros es una historia de amor
Toda la historia de relación de Dios con nosotros es una historia de amor: amor del Padre que, de tal manera ama al mundo y a cada uno de nosotros, que envía a su Hijo para que, muriendo y resucitando, nos gane a todos la salvación. El Padre y el Hijo nos envían al Espíritu para que, con su fuerza, nos transforme y nos ayude a responder a Dios con el mismo amor con el que Él nos ha amado y nos ama.
Ante esta identidad de Dios como Padre, que envía al mundo a su propio Hijo, que se entrega a la muerte para que nosotros tengamos vida y nos da el Espíritu para que nos fortalezca con su fuerza como Espíritu de amor, nuestra respuesta no puede ser otra que la gratitud.
Ante tanto amor de Dios inmerecido por nuestra parte debemos responderle con el mismo amor a Él y a los hermanos, como Él nos ha amado.
El amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, del único Dios verdadero y de las tres personas de la Santísima Trinidad, hemos de responderlo con el mismo amor a Él sobre todas las cosas y amando a los demás como Él nos ha amado a nosotros.
Esta respuesta de amor pide de nosotros fe en él, fe en su amor y vivir nuestra vida desde lo que Dios nos pide y siendo testigos de su amor ante los demás.
Pidamos hoy al Dios uno y trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo que, creyendo en su gran amor a nosotros y al mundo, nos sintamos nosotros llamados a comunicar ese mismo amor a los demás y a ser testigos ante el mundo, del gran amor que Dios nos tiene a todos. Que así sea.
+ Gerardo
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